La práctica de la judicialización de la política como “modo o estilo de hacer política” es una prueba fehaciente de la incapacidad política de los que quieren hacer valer las posiciones de aquellos a quienes representan. La judicialización de la política, se puede describir como el fenómeno en el cual una pretensión política no se juega en la arena de lo político (argumentando y negociando fórmulas que buscan el consenso político) si no que pretendiendo que sea en instancias judiciales, en las que se encuentre la solución.
Si se acepta que la Judicialización de la política es una práctica usual de parte de algún sector, debe aceptarse, también, que ese sector o personas que la usan, adolecen, por lo menos, de dos falencias: son incompetentes en el arte de la política (no son o no tienen operadores hábiles) y, sus pretensiones no se sustentan en el interés o “poder” de grupos amplios de ciudadanos (que es la única expresión de algún poder, admitida en el concepto de “Democracia”). Este aspecto se vincula, directamente, con el grado de legitimidad (¡que no de “legalidad”!) de la posición que representen. Y esto último, es grave, sobre todo cuando el asunto del cual se trata es, precisamente la defensa o no de un proceso democrático, o la defensa o no de un actor político dentro de un proceso democrático…. La política, por definición, trata con “el poder” y los poderes.
A los políticos, les toca discernir en el plano de la lucha de poderes. Se trata de un espacio que se ubica antes del ámbito judicial; un ámbito que es mucho más flexible que el espacio de lo judicial (“el reino de las leyes”). En el ámbito de lo político, el espacio para la maniobra es amplio y es legítimo maniobrar; una vez se esté dentro de lo que es legal. La historia nos brinda muchos ejemplos. Ejemplos que nos deben hacer pensar en qué hubiera ocurrido si los políticos no hubieran utilizado su espacio, previa la intervención de lo judicial.
Piénsese, por ejemplo, en el caso de Pilatos. Como buen político, él sometió su decisión a final a una inspección de la opinión general prevaleciente en el momento… Después de más de 2,000 años, no es común sentenciar que se debió haber regido por otro criterio…
La figura -en abstracto- del “indulto presidencial” también puede servir para ilustrar la idea. Partiendo, por supuesto, de que el indulto no es sinónimo de perdón, que no se trata de una prerrogativa ideada para que el Sr. Presidente proceda a mostrar su hermoso corazón e inclinación piadosa… Se trata de una figura para que el Presidente pueda hacer uso de su talento político, en ocasiones especiales y de gran importancia para el interés nacional, antes de que se consume un acto irreversible (la ejecución de una persona) por mucho que haya sido sentencia emitida totalmente en ley. Piénsese, por ejemplo, en el caso de la pena de muerte a un caudillo muy popular y cuya ejecución podría anunciar posibles levantamientos…
Piénsese, también, en el deporte. En este caso, cuando los contendientes conocen y son diestros en su disciplina, y tienen un carácter bien forjado, al perder en buena lid, no se les ocurre recurrir a marrullerías para irse con el triunfo. Saben reconocer sus derrotas y reconocen al que fue superior a ellos. Y lo mismo el público. Lo que no significa que siempre haya alguien que insista en culpar al arbitraje, reclamar faltas que no lo fueron, pretender que se repita el juego en cuestión… y hasta el torneo o campeonato en su totalidad, sin considerar el sentir y la apreciación del gran público…; aunque esto todo, cuando las autoridades deportivas son serias, no tiene mayor trascendencia.
La insistencia, en el actual caso de las elecciones en Guatemala, de interferir en el proceso eleccionario aduciendo que es en defensa del orden democrático es ya asunto que nadie cree. Con esa argumentación y el sinnúmero de actos intentados para interferir, ya no se puede ocultar de que se trata de una intención, no para defender el orden, precisamente…
Lo anterior, descalifica a los perpetradores de los intentos de judicializar la política a la vista de todos los espectadores del actual drama eleccionario. Sobre todo, cuando se revela de manera tan clara la práctica de tratar de desprestigiar y sembrar temores alrededor del partido y los candidatos que les resulta incómodo, antes que prestigiar y reconocer de manera clara las expectativas que puede representar para el país el programa del partido que ellos prefieren, así como los méritos de sus candidatos.