La actualidad política de Guatemala, mueve a concentrarse uno en los eventos diarios y circunstanciales; analizar y sacar conclusiones. Lo que está bien.
No obstante, existe un vacío en la reflexión sobre fenómenos que, de momento, nos pueden sorprender, aunque son el producto de procesos “casi” inadvertidos que se vienen fraguando desde hace ya larga data, pero hoy, cuajan. Cuajan y se manifiestan de manera patente y escandalosa, precisamente por no haberlos advertido, desde el principio, en su justa dimensión. Y por no haber sabido reaccionar, cada vez -y en chiquito, ¡sin necesidad de ser bruscos! – celosos de la protección de nuestra democracia, de conformidad con la ley, en resguardo de la legalidad y con suficiente amor propio.
Se menciona el caso de unas ranas metidas en un recipiente con agua, que se empieza a calentar sobre unas brasas. Lento. Las ranas se van acostumbrando al cambio de la temperatura y no huyen, no escapan… si no hasta que la temperatura ya es tan alta para la capacidad de soporte de sus organismos, que los tristes batracios se paralizan y mueren cocinados… A fuego lento.
Pienso que es importante saber qué es lo que nos ha sucedido y por qué ha sido de esa manera. Es, quizá, la única forma de replantear el futuro de nuestra patria con sabiduría y hacer los esfuerzos por corregir, en donde corresponda. Una enorme responsabilidad ciudadana que se deberá asumir.
Es necesario plantear muchas preguntas. Buscarles respuestas. Y entender que no se trata de asuntos estancos si no que comunicados entre sí. De tal manera que cuando uno de ellos es alterado, todos los demás sufren efectos. Positivos unos, negativos otros. Muchas veces de manera imperceptible.
Vale la pena preguntarse uno cómo es que se llegó a esta situación de una justicia cooptada dando lugar a un país sin ya ninguna protección fundada en ley.
Vale la pena preguntarse cómo es que se pueda dar el caso de la existencia de jueces que no son jueces.
Vale la pena preguntarse uno cómo es que los colegios profesionales no tienen opinión ante los acontecimientos más importantes que se van dando en el país.
Vale la pena preguntarse uno cómo es que los partidos políticos nunca externan su opinión ante los asuntos que ameritan una atención desde lo político.
Vale la pena reflexionar sobre la calidad real de los profesionales -pero también de los bachilleres, maestros, peritos en los distintos temas- que producen las universidades, los institutos de formación media, las escuelas especializadas y que son la sustancia humana de la que se constituyen todas las instituciones (privadas y públicas) que resultan ser la Guatemala funcionando…
Vale la pena reflexionar en la consistencia y en la calidad de nuestros partidos políticos y su forma de ser tales y operar.
Vale la pena reflexionar en la razón por la cual en el país no se da una discusión clara y de fondo sobre las diferentes maneras de imaginar una Guatemala del futuro si no que seguimos insistiendo en acusarnos mutuamente de pertenecer a etiquetas ideológicas y, con ello, relegar a un segundo plano el tema de la mejor forma de abordar la búsqueda de solución a los problemas que son del conocimiento de todos (salud, educación, infraestructura,…).
Pienso, a futuro, abordar algunas de las cuestiones anteriormente mencionadas. En esta ocasión me limitaré al caso del fenómeno que se refiere como el de la “judicialización de la política”, tan importante para lo que estamos viviendo en estos días. Las apreciaciones que presento son pocas y personales. Lo hago, porque considero que su consideración puede ser de interés por parte de aquellos que aborden con rigurosidad su análisis. Y porque, en algunos casos, pueden contribuir a una visión crítica entre los legos, que somos la mayoría.
Reflexiono: es absurdo imaginar una práctica continuada de casos en los cuales las partes en controversia recurren de manera inmediata y consiente ante una autoridad judicial para que sea ésta la que resuelva.
Como ejemplo, pienso en el caso de las parejas que entran en conflicto y deciden separarse. Y cómo sería absurdo esperar que el proceder de uno de los cónyuges fuera el recurrir de inmediato a un juzgado de familia para que sea éste quien resuelva en ley (ajustando su criterio solamente a la letra muerta). Vedando con ello el espacio que les está dado, a ambos, previo la “judicialización” de su caso, para conversar entre sí, negociar (en el sano sentido del término) y arreglar, de mutuo acuerdo y en paz, todo lo que sea posible en ese plano…
Una actitud como la esbozada, solo la podría entender yo como el producto de una situación anómala consistente en que el cónyuge que fuerza la situación en el sentido de recurrir de inmediato a un juez, lo hace porque tiene la certeza que el juez fallará en su favor, sin la necesidad de que él se tenga que esforzar en ningún intento de negociación o conciliación de intereses en un ámbito prejudicial…
Cuando, en el plano de lo político, observo la cantidad de intentos por llevar a las cortes (judicializar) asuntos que se deberían dirimir en el plano de lo político, no tengo más que pensar que esto sucede porque los políticos que recurren a estos subterfugios no tienen la suficiente habilidad política para jugar en esa cancha y porque juegan con la certeza de que los jueces amigos habrán de responder a esas amistades mal ganadas…
El asunto de las argucias para trastocar el régimen de legalidad (obviando jerarquías legales y judiciales) mediante la práctica de realizar “minería” para ubicar artículos supuestamente aplicables… se explica en la baja calidad de esos profesionales del derecho que actúan güizachescamente (tanto los concentrados en las Cortes como los que se encuentran dispersos en toda la geografía nacional).