Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Uno de los más graves problemas que tenemos en Guatemala es el no contar con una visión de país mínima que sea compartida por la mayoría de connacionales. Seguramente, esto se debe a que cada persona, al identificarse con el grupo que le es más afín -lo que es natural- lo hacen olvidando que nuestra nación se constituye de todos esos grupos y estos, para contribuir a ser efectivamente el país que decimos ser, deben sentir y reconocer nexos entre ellos que van más allá del compartir una misma nacionalidad, un mismo pasaporte…

El gran pensador argentino José Ingenieros, al meditar sobre el concepto de “patria”, escribe (El hombre mediocre, Editorial Losada, Buenos Aires, Tercera edición, 1966):

“Los países son expresiones geográficas y los Estados son formas de equilibrio político. Una patria es mucho más y es otra cosa: sincronismo de espíritu y de corazones, temple uniforme para el esfuerzo y homogénea disposición para el sacrificio, simultaneidad en la aspiración de la grandeza, en el pudor de la humillación y en el deseo de la gloria. Cuando falta esa comunidad de esperanzas, no hay patria, no puede haberla: hay que tener ensueños comunes, anhelar juntos grandes cosas y sentirse decididos a realizarlas, con la seguridad de que al marchar todos en pos de un ideal, ninguno se quedará en mitad del camino contando sus talegas. La patria está implícita en la solidaridad sentimental de una raza y no en la confabulación de los politiquistas que medran a su sombra”.

“Mientras un país no es patria, sus habitantes no constituyen una nación. El celo de la nacionalidad sólo existe en los que se sienten acomunados para perseguir el mismo ideal. […] Sólo el hombre digno y libre puede tener una patria”.

A continuación, presento algunos párrafos relacionados con este importante tema, que aparecen en un texto que publiqué en 2015 (Guatemala, un país que merece gobernarse a sí mismo). Conservo el número de los apartados, para facilitarle a los lectores interesados la ubicación de las ideas en el texto original.

“74. Algo que pareciera incuestionable, es que [en nuestro país] se necesita un ejercicio que nos permita pensar más allá de la manera tradicional y común -que es como pensamos los individuos y las personas aisladas y en particular-, para generar y adueñarnos de las ideas y visiones [latentes] de ese conglomerado social que somos y que comparte un mismo territorio y un mismo destino. Un destino que nos es común porque, se quiera o no, [los acontecimientos y la situación general] nos afectan a todos (aunque ese efecto sea de diferente manera a cada uno). Se dice que, cuando en un país una persona, una familia, o algunas pocas personas se encuentran, por ejemplo, sin trabajo, esto no es algo que se deba calificar como grave desde el punto de vista de país como totalidad, o como de interés nacional; [porque] se trata de problemas o desgracias personales que se deben resolver desde esa perspectiva. Pero, cuando en un país un alto porcentaje de su población en edad de trabajar y producir –incluyendo la mayoría de todos aquellos jóvenes que año con año se deberían sumar a la fuerza laboral del país-, no encuentran trabajo, esto es un problema nacional que le debe preocupar a todos porque a todos afecta y demanda del concurso de todos para resolverlo”.

“75. Y no, necesariamente, por conmiseración a la desgraciada situación en que se encuentran esos cientos -o decenas de miles- de desafortunados [jóvenes] ciudadanos, sino que en consideración del hecho de que esa situación connota una debilidad, una tragedia y un sufrimiento nacional que es de todos, porque conlleva pérdidas y desgracias para el conglomerado social en su conjunto. Lamentablemente, muchas personas no creen en ello y piensan que la desgracia sólo tiene una perspectiva personal: la del que la está sufriendo y, si uno no se encuentra entre ellos, tiene poca importancia”.

“76. Para [subrayar cómo] lo anterior no es cierto, es conveniente llamar a la memoria las grandes pestes, contaminaciones, epidemias o pandemias que ya se han dado en la historia de la humanidad -y que se pueden seguir dando- que afectan a todos y que tuvieron su origen en situaciones de insalubridad en las que se encontraban, al principio, solamente unas pocas personas de la comunidad. Tampoco hay que ignorar que es de esa manera como se llega a la condición de “nación ignorante”, “nación enferma”, “nación débil”, “nación desordenada”, “nación pobre”, “nación sucia”, [“nación corrupta”, “nación violenta”], “nación indiferente”. No es recomendable distraerse y permitir que los males de unos pocos se extiendan a toda la nación por pura negligencia y falta de consideración por parte de la mayoría”.

“77. Conviene recordar, en este contexto, esa repetida y sabia reflexión de Albert Einstein, en la que apuntaba que no es ni razonable ni inteligente esperar un resultado diferente para algo en determinado, si se aplica el mismo procedimiento que, históricamente, ha estado brindado los resultados no deseados. Esta reflexión resulta relevante porque anima a adoptar una actitud de búsqueda de caminos propios y diferentes de los que hemos experimentado hasta el momento y a valorar la propia capacidad de innovación, de inventiva y de propuesta. Que es de lo que, finalmente, se trata o a lo que se desea animar con el presente [libro]”.

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