Edmundo Enrique Vásquez Paz
El pastor luterano alemán Martin Niemöller (1892-1984), en su Sermón de Semana Santa de 1946, hizo público un escrito que ha circulado por todo el mundo desde esa fecha y que sintetiza y revela lo terrible de “la indiferencia”.
Niemöller estuvo internado en los campos de concentración de Sachsenhausen y Dachau (1938-1945) por su posición antinazi. Fue testigo del acelerado y violento afianzamiento del totalitarismo en su país y lo vivió en carne propia. En su sermón, un año después de finalizada la Gran Guerra II, el pastor sintetiza de manera magistral la serie de pusilanimidades que se dieron y que, disfrazadas con argumentos que se refieren a egoísmos individuales o de pequeños grupos, marcaron el camino que permitió la entronización del totalitarismo.
La historia y el destino realmente importante de la humanidad es el de los pueblos, el de las naciones, el de las civilizaciones, mucho más allá que el de los individuos que los integran. Y es -disculpen el uso del castellano preciso- una reverenda torpeza tratar de ignorar que, lo que afecta a otros no nos incumbe a nosotros. La parte toral del sermón de Niemöller está recogida en unos breves apuntes que constituyen el texto que trascendió a la opinión mundial (y que no necesariamente debe entenderse como una versión en verso, porque nunca lo fue):
“Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas, guardé silencio ya que yo no era comunista”.
“Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio ya que yo no era socialdemócrata”.
“Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté ya que yo no era sindicalista”.
“Cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté ya que yo no era judío”.
“Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar”.
Reflexiono y escribo, pensando en “LA INDIFERENCIA” y la síntesis que el pastor Niemöller nos ofrece, porque siento cómo ese síndrome se va acentuando en Guatemala. Y esto es necesario advertirlo para advertir.
Mi preocupación se explica al observar cómo se van acumulando casos de extralimitaciones, arbitrariedades y francos abusos en los que incurren diferentes entidades de gobierno (incluidos los tres poderes, acompañados de autoridades municipales, así como de diferentes tribunales, cortes e intendencias), que ameritarían la atención ciudadana, pero pasan frente a nuestras narices como si no hubieran sucedido. Casos de auténtica y peligrosa “indiferencia” ante un ejército de fantasmas que desfilan en silencio como ejemplos de decisiones perversas; decisiones que solamente benefician o satisfacen el capricho de unos pocos sin importar el interés de la mayoría.
La última de ellas -la de más actualidad- se refiere a la decisión judicial de condenar al ostracismo al atletismo nacional al margen de los destinos, las aspiraciones y los sueños de los deportistas.
No podemos ignorar el fraude en la elección de Rector de la Usac; el inminente peligro de realizar cambios a la legislación ambiental sin más argumento que la caprichosa idea de que se demanda una modernización administrativa; los tambores que suenan anunciando cambios en la legislación del IGSS; y mucho más. Pero, todo esto, y más, lo deberíamos aprender a ver desde la perspectiva de que existen comunidades de afectados porque es desde una visión así que se humaniza la perspectiva y se puede esperar que surja una actitud de solidaridad y de deferencia. Una actitud en consideración de las personas y sus intereses más que bajo el punto de vista estrictamente técnico o jurídico (cuando se trata de una norma o de una práctica en un determinado campo de actividad). Una actitud que responda a la lógica de que, en una sociedad, los destinos de los grupos que la componen son interdependientes entre sí y que “no es cierto ese generalizado sentimiento de que la desgracia solamente tiene una perspectiva personal -la perspectiva del que la está sufriendo- y, si uno no se encuentra entre ellos, tiene poca importancia …” (Vásquez, 2015).
No podría terminar este texto sin mencionar un ejemplo que sintetiza lo que deseo denunciar: esa actitud que no nos ayuda y que debemos abandonar. En la actualidad, cunde la alarma por los deslaves y por esos agujeros o cavernas que se descubre que existen en el subsuelo a causa del indolente mantenimiento que les han dado y les dan las autoridades a los sistemas destinados al drenaje del agua. Circulan fotos, videos y comentarios. Y algunas personas actúan compadeciéndose de aquellos que se han esfumado con todo y vehículo, y observando con susto en dónde es que surgen nuevas grietas, … pero resulta patente que, en el fondo, hay una gran indiferencia -misma que, probablemente solo cambie cuando la grieta se interponga en sus caminos o afecte sus predios- … Lo que, definitivamente resulta manifiesto, es que no se dan auténticas iniciativas de solidaridad efectiva en el ramo de la prevención. Acciones de la ciudadanía organizada velando porque las autoridades cumplan con sus funciones y garantizando que solo sea electa gente competente para desempeñar los cargos.
Si regresamos al texto del pastor Niemöller, debemos reconocer que la indiferencia nos hace cómplices. Y que la indiferencia es un familiar muy cercano a la cobardía.