Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Edmundo Enrique Vásquez Paz

En Guatemala, el tema de las alianzas políticas nos debería preocupar. Esto es: ocupar nuestra atención con antelación a los tanes que se van ir dando y, así, tener alguna idea para calificarlos.

En términos generales, los estudiosos de la política han elaborado, principalmente, alrededor de las alianzas entre Estados. Un texto interesante, por la manera sintética y de fácil comprensión en que expone sobre lo que son y han sido las alianzas, es el de Fulvio Ottina que se encuentra en el Diccionario de Política, siglo XXI editores, 1981, dirigido por Norberto Bobbio y Nicola Matteucci. Permite extrapolar fácilmente a lo que es la práctica de la constitución de alianzas políticas por parte de movimientos sociales y de partidos, en general.

Por cuestiones de espacio, este tema lo expondré en dos partes y en fechas distintas. En la primera de ellas, ésta, incluiré aquellos aspectos de tipo general que considero que es más conveniente conocer y que pueden servir de referencia a los movimientos sociales que se puedan plantear la necesidad de pactar la unión de sus fuerzas para lograr un fin de común interés. En la segunda, incluiré algunas consideraciones propias sobre lo que puede ser la constitución de alianzas en nuestro país.

Un primer asunto de interés a nivel conceptual es el que se refiere a la diferencia entre alianza y coalición. La alianza, en términos generales, se puede entender como la unión formal de fuerzas con el propósito de conducirse en determinadas circunstancias y de un determinado modo para propiciar el alcance de un fin común en un horizonte de tiempo generalmente largo (en el plano internacional se pueden mencionar, por ejemplo, la Organización del Tratado del Atlántico Norte -OTAN- y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza -UICN- y, a nivel nacional y entre organizaciones sociales, las de la Asamblea de Pueblos Indígenas por la Soberanía Alimentaria (en México) y la Alianza Nacional de Organizaciones Forestales Comunitarias (en Guatemala)).

La alianza tiene su énfasis en la atención a un proceso o modo de actuar más que a un fin concreto. Las coaliciones, por su parte, son construcciones más características de la unión entre partidos políticos -suelen estar reguladas en las leyes electorales y de partidos- con el fin de lograr resultados electorales concretos (actuar juntos en campaña) o para el ejercicio del poder público (por ejemplo, el gobernar en coalición). Son de más corta duración que las alianzas y persiguen fines mucho más concretos.

Cuando se entra en la reflexión del cómo llegar a la concreción de una alianza, un primer paso consiste en la identificación de los intereses que les son comunes a las partes en perspectiva. Intereses que les hagan pensar que es de mutua conveniencia pactar algún tipo de colaboración prolongada para fortalecer su común andar.

La experiencia señala que las alianzas se forman más para el propósito de combatir o defenderse de algo, que para crear. Se pueden explicar como una forma de reacción organizada en contra de un adversario que les es común a los miembros de la alianza y que los ha llevado al extremo de unirse (incluso pese a algunas posiciones que, en tiempos normales, se podrían considerar como de relativo conflicto entre ellos pero que son consideradas de segundo orden ante la amenaza que sienten común).

La teoría señala que los objetivos que se persiguen con la conformación de las alianzas son, primordialmente, tres, y que están dados por lo que cada uno de sus integrantes siente poder alcanzar. La seguridad, es uno de ellos (cada miembro se siente protegido por la presencia solidaria de los demás); la estabilidad, es otro (pues la cobertura o el cobijo que la alianza les da permite cierto espacio de permanencia al estatus quo o equilibrio de fuerzas internas que predomina en cada uno de ellos); y, por último pero no por ello menos importante, por el grado de influencia que piensan que pueden llegar a ejercer hacia el exterior para posicionar el interés que apoyan en común y que es, valga la tautología, propio de sus particulares agendas.

En el caso de la presencia de aliados en un Congreso de diputados, resulta claro que cada miembro de la alianza de la cual se trate se sentirá más fuerte pensando que las ideas que presente y discuta en ese foro, si son las acordadas, serán apoyadas diplomáticamente y en el mismo sentido por todos los demás.

Para el momento de la preparación de cualquier alianza, es de suma importancia saber establecer cuáles serán los elementos o intereses alrededor de los cuales ésta se pueda concretar. La teoría dice que lo recomendable es que sean varios esos intereses comunes.

Para el efecto de lograr alianzas duraderas, lo que se recomienda es poner atención a ciertos elementos clave que abonen a su consistencia. Se habla del factor ideológico, asunto que se refiere a la comunidad básica en asuntos tales como el Gran Objetivo General y los Modos por los que se opta para alcanzarlos. Generalmente, las grandes diferencias entre movimientos políticos o partidos, estriban en los modos (diferentes tipos de medidas en las que se cree) más que en los objetivos. Un ejemplo de lo anterior podría ser el del interés común por tener un país libre de violencia física y la coincidencia en la necesidad de combatir la delincuencia, pero visiones muy distintas entre modos de alcanzarla. Esas diferencias entre los potenciales pares podrían ser abismales y señalar incompatibilidades infranqueables. Un ejemplo no muy alejado de la realidad puede ser el de grupos que coinciden en su aspiración a conseguir la paz, pero unos, exterminando a medio mundo y, otros, pretendiendo hacerlo mediante medidas preventivas de diferente tipo. Entre mayor afinidad exista entre los miembros alrededor del Objetivo General y los modos para alcanzarlo, mayor esperanza de cohesión y de larga vida tendrá la alianza.

Otros elementos a considerar, se refieren al cómo se irán tomando las decisiones para las diferentes acciones que, a futuro, sea necesario tomar. Aquí se plantea la necesidad de revisar y tener claro cuán ágiles o lentos pueden resultar esos procesos de consulta al interno de cada organización; algo que depende de la estructura interna de cada una de ellas. Y, a propósito de lo interno de cada movimiento o partido: también cabe la pregunta sobre cuánta será la estabilidad que promete cada uno (¿es previsible que cambien sus direcciones ejecutivas y, con ello, su direccionamiento como instituciones y que esto ponga en juego la integridad de la alianza?).

Otro factor de gran importancia es el del grado de fidelidad que se puede esperar de cada miembro para con la alianza. Esto se refiere, sobre todo, a los momentos en los cuales fuerzas externas puedan querer intervenir con el objeto de romper la alianza lograda seduciendo a algún integrante a traicionarla vía la utilización de mecanismos de dudoso valor ético.

Finalmente, es importante mencionar que cualquier alianza conlleva el establecimiento de ciertos límites al libre accionar de sus integrantes y que ello es un elemento que debe ser considerado por cada uno al momento de suscribir el pacto que la constituya. Los miembros débiles pueden temer la pérdida de su propia identidad. Los fuertes, pueden temer un exagerado aumento en los compromisos que deberán asumir aportando a la misma.

Muy vinculado a lo anterior: no hay que olvidar que, para garantizar la operación de la alianza, ésta deberá ser administrada y gestionada, también, por algún actor (o por los integrantes del cuerpo al que se le encargue hacerlo). Esto es importante tenerlo en cuenta, sobre todo por parte de la entidad que sea la más fuerte y de la cual se pueda esperar que contribuya con más recursos para garantizar la buena operación de la alianza.

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