Edmundo Enrique Vásquez Paz
En el año 2015 publiqué un pequeño libro (Vásquez, E., Guatemala, un país que merece gobernarse a sí mismo) en el que se tratan diversos temas orientados a la toma de consciencia ciudadana sobre el calamitoso estado en que se encuentra nuestro país y la necesidad de que nos decidamos a actuar para rescatarlo y darle rumbo. Uno de los varios aspectos que se tratan es el que se refiere a los políticos que actualmente se presentan y manifiestan como tales y la comparación o el recuerdo sobre el cómo eran éstos antes. Es algo que amerita reflexión porque es conveniente formarse criterio al respecto.
A continuación, transcribo algunos de los párrafos relacionados con este tema. Aparecen numerados para facilitarle a los interesados la localización de las ideas que llamen su atención y, así, poderlas compartir con otros. Son ideas, criterios y opiniones que pretenden motivar a la reflexión.
“66. Una idea importante […] es la de reconocer que los políticos, como tales -esto es, en su estricto papel-, se están extinguiendo o ya han desaparecido en Guatemala. El último de ellos lo debemos haber visto por última vez hace ya mucho tiempo. Y en su lugar ha surgido un ejército de “políticos” autoproclamados o que han comprado –literalmente- los espacios en los que se pueden desempeñar pero que no ejercen el oficio. Y esto se puede decir así de claro porque la verdadera labor de los políticos ya no la cubre nadie. Se trata de un auténtico vacío, aunque poco percibido debido a que es generalizado el desconocimiento de lo que ellos deberían hacer y ya no se hace en el país.
“67. La profesión de “político”, que abarca muchos aspectos, en Guatemala se ha reducido dramáticamente. Debido, posiblemente, a que en el nuevo escenario de lo que aún se denomina “lo político”, se han impuesto prácticas y energías orientadas a la neutralización del ejercicio de ese oficio y la desaparición de sus oficiantes –sobre todo para el caso de los que lo desean ejercer honestamente y de manera consecuente con los preceptos y las necesidades de sus “representados”-. [Nota: Los que buscan las prácticas así de estrictamente enmarcadas, resultan incómodos y hasta peligrosos para los advenedizos y los rufianes en este oficio, y se asocian entre sí para neutralizarlos -recuérdese el giro del emprendimiento llamado «pacto de corruptos”-].
“68. El término “político” aún se sigue empleando, pero ya no para designar a aquellos que dominan el “arte de hacer posible lo que es necesario” –como en su momento lo expresara Winston Churchill-, en representación de contingentes amplios de la población. El concepto “político” ha mutado de ser sustantivo a convertirse en un “adjetivo” que, además y en países como el nuestro, tiene una carga peyorativa o de insulto.
“69. El “hábitat” de los auténticos políticos, es cada vez más reducido y está mayormente degradado en nuestro país por causas que es conveniente analizar. El auténtico político –sin importar su orientación ni su grado de eficacia- si no es que ya desapareció, está, cada vez más, en auténtico proceso de extinción.
“70. Y, lo que es más grave, la especie se está extinguiendo en tanto que aún no hemos logrado meditar sobre las características que debemos exigir tenga el nuevo actor que lo venga a sustituir social e institucionalmente.
“71. Debemos preguntarnos: ¿necesitamos, como sociedad, que existan “políticos”? ¿Qué deben saber hacer y saber hacerlo bien? ¿Cómo podemos, como sociedad, ejercer auténtico control sobre lo que ellos hacen en nombre de los grupos que representan y con los recursos que son de todos los guatemaltecos?”
Aunque puedan parecer cuestiones un tanto disparatadas, en realidad, pienso que no lo son. Nuestra organización en lo electoral, en lo que concierne a los partidos políticos y hasta en la manera de estructurar el Gobierno, debería poderse cambiar. Es preciso reflexionar a profundidad al respecto y madurar una fórmula que tenga viabilidad jurídica de frente a nuestra Constitución, en consideración de nuestras particulares características, y que podamos llevar al Congreso cuando éste sea un organismo reconocido como serio, competente y representativo de la opinión y la consciencia nacional. No ahora.
En el mundo existen diferentes sistemas de gobierno inscritos en el régimen democrático, que, considerando las peculiaridades de distintos países y culturas imponen, por ejemplo, diferentes tareas y conductas a los que ejercen la política y a la relación de éstos con la ciudadanía. Basta con pensar en casos como la diferencia entre el sistema presidencial que existe en los EE. UU. y el de Francia; las peculiaridades de los regímenes catalogados como democracias parlamentarias en que se convive con un monarca o se ha creado la figura de Presidente para ejercer ciertas funciones, como lo son el encargar la conformación del gobierno y representar al país…
También resulta interesante revisar la manera en que muchos de los pueblos ancestrales le conceden el mando a su líder y cuáles son las tareas que éste desempeña guiando a su comunidad de acuerdo con las tradiciones y con las costumbres. Y cómo, esos pueblos interactúan con sus autoridades, de las que esperan una justa administración de la justicia y decisiones encaminadas a la protección de su integridad. Son conocimientos que deben inspirar. Es un tema de suma trascendencia si se reconoce el hecho de que somos una nación pluriétnica.
Volviendo al tema del drama que representa la extinción de los auténticos políticos, nos podemos referir de forma somera al asunto de la judicialización de la política. Considero que es importante meditar sobre ello.
A mi modo de ver, el fenómeno de la judicialización de la política es una muestra clara de la incompetencia de los políticos que actualmente se presentan en escena. Algunos, piensan que esta anomalía se le debe atribuir a la intromisión de los jueces y las cortes en asuntos que, efectivamente, se deberían resolver a nivel político y no judicial. No coincido yo con esa interpretación que señala, como causa principal, la “intromisión”.
Yo considero que el fenómeno se ha institucionalizado debido a que los políticos (tanto en el Congreso como a nivel de las autoridades que ejecutan), ante su incapacidad de llegar a acuerdos políticos en el espacio que tienen para hacerlo, optan por recurrir al juicio de los abogados, apresurando una intervención judicial que aún no es necesaria. Con esto, se descargan ellos (los políticos) de la responsabilidad de encontrar fórmulas negociadas; se desembarazan de su auténtica tarea. No ejercen su oficio básico.
Es algo así como el caso de que una pareja que, al desear separarse, optara por recurrir directamente a un juez para que fuera éste el que decidiera la manera en que deberán repartir los bienes; y esto sin haber intentado antes, entre ellos, un acuerdo negociado. Un acuerdo a la luz de tantos elementos y factores que, bien llevados, podrían facilitar el encuentro de una solución satisfactoria para los dos. ¿Por qué preferir el fallo de una autoridad desconocedora de las circunstancias particulares del caso; una autoridad que solamente se fundamentará en la letra muerta de las leyes y los reglamentos?
También se puede hilar un pacto más fino en el intento de encontrar una razón a esa estrategia de siempre contar con jueces y cortes afines. Abandonando la perspectiva de cada uno de los diputados en particular, se puede uno bien imaginar la situación desde el punto de vista de las fuerzas y los poderes (usualmente denominados “fácticos”) concentrados en algún lugar. Un lugar en el que se llegó a la conclusión de que es más efectivo y eficiente contar con instancias concentradas (¿colegiadas?), relativamente permanentes y de jerarquía dispositiva inapelable en las que las voluntades de pocos estén compradas, que tener que estar movilizando y administrando recursos para la corrupción de muchos (por ejemplo, en el caso de la búsqueda de mayorías en un hipotético parlamento…). Una fórmula que habilita el fast track y exime a los políticos del tedioso esfuerzo de la negociación…
Insisto en la necesidad de que, como ciudadanos, sepamos entender el importante papel que deben saber desempeñar los políticos en la búsqueda de la conciliación de las posiciones de los diferentes grupos de interés que los han elegido como sus representantes. A esa tarea y habilidad se le llama “negociación política” -en el sano sentido del concepto “negociar-; indispensable para el equilibrado desarrollo de las naciones.