No es fácil resistir al tiempo porque su fortaleza es la constancia, y al final lo nuestro son los límites. Vivir es, sin embargo, sobrevivir, deseos de vitalidad donde hay decadencia como cumplimiento. Nada escapa a la condición humana ni a la fragilidad de lo finito.
No obstante este reconocimiento, la subversión de la voluntad debe primar sobre los actos: abrir frentes de batalla que prolonguen en el terreno una victoria que, aunque inútil, pueda darnos la dignidad que dé sentido a nuestras vidas. Fuera de ello, queda la aceptación de un destino para el que no estamos habilitados.
Esta tarea nunca ha sido fácil. Aunque es una exigencia de vida, un llamado que reclama y se impone, hay una conspiración asociada con los valores de la cultura: una creencia convertida en convicción que nos hace volubles y flácidos, afectados por una anemia que nos postra sin remedio.
“Sociedades flácidas”, ese parece ser nuestro diagnóstico. Grupos humanos despojados, más que de capacidades, de la voluntad de impresionar; de la intención de representarnos distintos desde la imaginación que nos sitúa donde queremos. Es como si el confort o la percepción de derrota nos hubieran postrado desde la salida de una maratón indeseada.
Esa laxitud, también moral, nos acomoda irreflexivos a lo que venga. Da igual el vicio o la virtud, es imperceptible. La máxima es vivir en un estado de satisfacción vulgar, el onanismo de una existencia orgásmica. ¿El amor? Es una entelequia no solo incomprensible, sino imposible, un proyecto concebido desde un romanticismo ahora superado.
La rectitud, constitutiva de códigos de comportamiento que fundaba –en teoría– lo axiológico, es hoy una palabra vacía. Todo es blando, inerme y dormido. ¿Será por ello el éxito de las píldoras para la erección? La impotencia en lo sexual figura, quizá, ese estado de postración generalizada en nuestros días.
El horizonte no es promisorio. La tecnología potencia nuestro hedonismo natural, más que por la molicie del “scroll”, por la introducción de una IA que lo resuelve todo: la escritura, el pensamiento, la imaginación y la creatividad en general. El poshumanismo constituye el devenir de lo distinto; quiero decir, el advenimiento de sujetos prescindibles abrazados al vacío de una existencia incomprendida.







