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Los años vividos ofrecen la oportunidad de mejorar mediante el autoconocimiento y la afirmación de lo bueno. Se esperaría que la experiencia haya sido la magistra vitae que, luego de innumerables pruebas, nos enseñe a “soportar” y “abstenernos” de esos caprichos de disfrute inmediato que, a largo plazo, no son de verdadero provecho.

Sin embargo, no siempre es así. Frecuentemente vivimos una degradación constante que alcanza también el orden moral. Por ello, en lugar de aprender a determinarnos por lo bueno, bajamos la guardia y abrazamos la maldad, los defectos y los vicios, cada vez más evidentes para nosotros y para los demás.

Me parece que esto es resultado no solo de una especie de cansancio que nos impide mantenernos vigilantes, sino también de una falla en el plano cognoscitivo que antes sostenía nuestra utopía del bien. Es una forma de miopía generada por la influencia de la cultura, que nos hace ver como superados nuestros viejos ideales de bondad.

Es una capitulación, pero también una inmersión en una dinámica social que, sin que nos demos cuenta, nos hace cambiar de piel. De ese modo, vamos absorbiendo las narrativas que dictan las modas, afectando nuestro modo de sentir. Con esto último, la transición queda completa y la “magia” cumple su destino en nuestro cambio de conducta.

En adelante, todo es caricatura: sujetos huecos bailando melodías fáciles, hablando según la simbología de la industria —el cine, la prensa, las redes sociales—. Muy uniformes e integrados, portadores de la lógica de lo mismo. Adaptados para sobrevivir en un mundo del que estamos convencidos que no va a cambiar con nuestras rabietas de antaño.

El nuevo tatuaje y la cola es lo de menos. La transformación es más profunda: es todo el proyecto de vida que afirmábamos con autenticidad lo que ha quedado superado. La estructura que, aunque frágil, sostenía nuestro anhelo de transparencia, verdad, amor, libertad y el ideal de ser más humanos está ahora en escombros, comprendida como forma de sobrevivencia, cuando no, de madurez.

Qué pena llegar así, vencidos, lejos del amor primero. Quizá no sea, sin embargo, nuestro destino. Podemos seguir militando en esa guerra sin cuartel que solo concluye con la muerte. Florecer mediante el rocío, exponernos a la fecundidad del viento. Reformarnos, abrazar el amor y seguir remando. Hay que llegar firmes al final.

 

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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