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La experiencia del mal no es un acontecimiento irrelevante. Tanto si lo hallamos en nosotros mismos como en los demás, no nos deja indiferentes. En el primer caso, provoca desilusión, al menos en una conciencia sensible y formada; en el segundo, causa estupor, asombro y hasta miedo.

Pocas veces nos encontramos frente al mal en estado puro, es decir, en su forma de perversión. No se trata de maniqueísmos ni de creernos mejores, sino del asombro de ver encarnada la iniquidad que se percibe en toda su dimensión: en la mirada, en las palabras y en una conducta que despierta animadversión.

Es como toparse con la caricatura del mismísimo demonio bíblico. Y es terrorífico. Más aún cuando somos el blanco de esa iniquidad que busca destruirnos. Opera con frialdad, vigilante de nuestros movimientos para pulverizarnos, cultivando la tenacidad para lograr sus propósitos.

Usted lo ha sufrido, y si no, lo ha visto en redes sociales. A veces es un traficante capturado, una asesina o un depredador sexual. Muchos de ellos expelen maldad sin disimularla, como si hacerlo fuera mostrar debilidad, y se muestran desafiantes, conscientes de su “tarea hecha”, casi exigiendo un premio.

No me refiero a los actos aislados en que caemos por malos hábitos, deslices de carácter o los “pecata minuta” de cada día. Hablo de la maldad en estado químico, convertida en naturaleza, eso que los teólogos medievales llamaron “misterium iniquitatis”.

Hay oficios en los que, por su naturaleza, se lidia con la perversidad: policías, carceleros, curas. Ellos se topan con esos seres y nunca terminan de acostumbrarse. He escuchado relatos de estas experiencias, narradas como una forma de terapia para preservar la salud mental.

Porque no se queda igual después de estar en contacto con esas conductas, aunque sea de manera superficial. Las vibras se pegan a la piel y cuesta sacudírselas. A veces —inexplicablemente, como todo lo humano—, quizá por ósmosis, esas mismas personas, policías, carceleros o pastores, terminan asumiendo la maldad, convirtiéndose en lo que combatían. Y esa es una tragedia que conmueve hasta las lágrimas.

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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