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Sospecho que hablamos demasiado de la libertad, lo hemos hecho casi desde siempre, como si quisiéramos convencernos de ella.  Insistir, de alguna manera, es reconocer tácitamente su ausencia.  Y estoy seguro de que así es porque sus adversarios son tan antiguos como la propia idea.

Los griegos ya dudaban del “libre albedrío”. Por eso, en el caso de los estoicos, era importante la aceptación del destino (soportar y abstenerse) como virtud moral del sabio.  El necio, en cambio, es el que afirma con ilusión de que tiene el control y que, por tanto, es el arquitecto de su propia vida.

Poner de relieve la dificultad de comprensión de la soberanía, como mínimo, hace pensar.  Ese “animal de realidades” o de “posibilidades”, según afirmaba Zubiri, se las tiene que ver con una serie de condicionamientos que habitualmente, sin que poco podamos hacer, dictan la conducta.  Como si la vida fuera de eso.

Esa apertura con el que elegimos para darnos a nosotros mismos la forma deseada parece más un anhelo que una realidad. Lo propio es esencialmente servidumbre, ese acto que nos incapacita a ser como dioses en la medida que cumplimos una ley inscrita en nuestra piel.  Ni siquiera los bienes nos vuelven libres como algunos sugieren.

Si así fuera, los ultrarricos de Silicon Valley no habrían bajado la cerviz frente al presidente norteamericano en plan de reprochable pleitesía.  Así lo hicieron uno a uno: Tim Cook, Jeff Bezos, Elon Musk, Mark Zuckerberg y Sam Altman, entre otros.  Su actuar evidencia la primacía del interés personal opuesto a la autonomía moral, según las categorías del célebre Kant. 

No son solo ellos, a veces nosotros también nos regalamos por unas lentejas.  Es más dramático por la subestima, el abaratamiento de nuestra dignidad ofrecida al charlatán de mercado.  Lo damos todo por nada, con suerte por migajas recogidas con humillación.  Muy patético.

Y nada más cerca de ese “pathos” que lo enfermizo. Sufrimos la libertad, su ausencia, cuando ejercemos una voluntad reverencial y afectada, propensa al vasallaje.  Sí, en ocasiones la vida nos arrastra, pero circunstancialmente podemos luchar o morir en todo caso como capitán de barco.

Una cierta herejía a menudo es conveniente: escupir figurativamente a los ridículos dioses que nos oprimen. La burla puede ser la salida más decorosa antes de que caiga el telón, una venganza que abre los cielos.

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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