En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos
Heráclito
Hay una percepción generalizada respecto a los cambios abruptos y constantes que vivimos en nuestros días. La sensación de un paso presuroso que desafía nuestra capacidad de adaptación y nos expone al rezago. Porque, si bien naturalmente cambiamos de piel, los ciclos a veces no nos permiten asumirlos, quedando heridos en ese tránsito que exigiría más tiempo.
Esa experiencia nos hace perder el foco en un calibrar repetitivo de objetivos. De aquí surge el ensayo y el error que convierte nuestras vidas en pruebas infinitas. Una inestabilidad en la que asentarnos resulta imposible por las tormentas propias y ajenas que nos sacuden. Parece una condena.
Navegar en esas aguas es lo que toca. Reapropiarnos del proyecto siempre en plan de esquema, con líneas provisorias y manchas de borradores, para apuntalar lejos. Hacerse a la mar con la conciencia de los límites, el respeto por la fuerza y la voluntad de infinito. No podemos ser menos ni aspirar en pequeño.
En ese viaje, lo habitual es el intento, la experiencia de lo reiterativo. Nos repetiremos, pero en contextos distintos. La piel será testigo del tránsito, sus heridas, prueba del movimiento, del capricho del azar y de la liberalidad de los actos. Sentir es resentir.
En esas circunstancias, narrar es detener el tiempo. Recrearlo y comprenderlo. Darles sentido a contenidos con visos de azar, esos en los que topamos con proyectos ajenos, impuestos desde sus posibilidades, no siempre con amabilidad. Es un acto opuesto al movimiento, conforme la ficción del poder de la inteligencia.
La imaginación repara el mundo, o eso creemos. Lo restituye según una justicia dictada por nuestras evidencias. Y como sabemos que son inventadas, sin ningún valor probatorio, ensayamos imposturas que nos justifiquen. Por ello, escribir es intentar, en un tribunal imaginario, probar que somos inocentes y que ignoramos las acusaciones de quienes nos juzgan.
Y como no estamos seguros de nuestra indulgencia, nos repetimos. Reformulamos aproximaciones que nos den asiento en tierra firme. A veces se consigue, a fuerza de años o por salto de calidad. Sin embargo, no hay garantías. Se puede morir a la orilla del mar, arrojados por las olas, cansados del movimiento perpetuo de los días.