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“¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda, por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido!”. Fray Luis de León

Hay una especie de pulsión que se expresa en el deseo de reconocimiento. Aquí se asienta probablemente la presencia constante en las redes mediante cualquier recurso, desde las fotos hasta los “likes”. El propósito es no pasar desapercibidos como forma de afirmar nuestra existencia.

Las redes se transforman en alfombra roja donde modelar el ego, ficcional o verdadero. Es la manera cómo le decimos al mundo que todo está bajo control o, más aún, que hemos superado las convenciones impuestas por la vida. Aparecemos claramente como vencedores.

Sin embargo, pagar ese anuncio, con el tiempo y la privacidad, expresa más bien una debilidad personal. Muestra la necesidad del Narciso de aprobación social. Como si no bastara el reflejo hermoso para convencerse de su belleza. Así, vamos por Instagram con el conjuro por todos conocido: “espejito, espejito, dime quién es el más bonito”.

Es vanidad, pero también un síntoma de subestima que nos corroe e impide vivir. Refleja, lo que Kundera llamó nuestra “insoportable levedad del ser”, flotando en la superficie. Sin embargo, no se trata de una novedad contemporánea: esa necesidad vital ha estado siempre en la naturaleza humana.

Contra ello, en el pasado, algunos practicaron el silencio. Optaron por una vida retirada, en cartujas, celdas o refugios aislados. No debió ser fácil: suponía cercenar el apetito de una voluntad hambrienta de fanfarrea. Era, en muchos casos, una autoinmolación por la promesa de un bien superior.

La historia conserva algunos nombres de esos locos, enfermos para algunos, de una praxis “contra natura”. Y, si bien es cierto, en muchas ocasiones subyacía la motivación religiosa, estoy seguro que el retiro del mundanal ruido fue practicado por otros solo como búsqueda de paz.

Y es que tiene su encanto “desaparecer”, “irse por la sombra”, protegidos de los rayos que hieren. Si se practica puede convertirse en hábito porque permite abonar en zonas donde el silencio hace crecer. Las miradas, las palabras, tienen a veces ese efecto adverso, dañino para la gestación de los espíritus siempre frágiles.

Puede que en ocasiones eso que se llamó la “fuga mundi” estuviera relacionado con la misantropía. No hay que excluirlo, pero no creo que haya sido la regla. Su motivación, como aún se constata en nuestros días, está relacionado con la búsqueda de un tesoro aún escondido para muchos: el ánimo por ser mejor, para sí mismo y para los demás. Practicarlo solo puede ser amor del bueno.

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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