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Una de las experiencias más traumáticas de la infancia es perderse. El sentimiento de indefensión, de estar solo, abandonado a la suerte, sin saber qué hacer, marca tanto que deja una huella indeleble, siempre lista para ser contada.

Y, sin embargo, a lo largo de la vida debemos acostumbrarnos al extravío. Aquella primera experiencia apenas es un anticipo de lo que será una constante. Si la vida es un peregrinaje, su recorrido no es lineal: está lleno de curvas, desvíos y sinuosidades que, sin quererlo, nos alejan y nos pierden.

Muchas veces somos víctimas de distracciones; basta poco para salirnos del camino. Quizá porque el divertissement nos atrae, porque llevamos dentro lo lúdico. Como Hansel y Gretel que, en su inocencia, afirman la bondad del mundo sin advertir los peligros.

Nos encanta transgredir, adictos a la adrenalina y al incentivo de la gratificación inmediata. Somos atrevidos, audaces… e imprudentes. El aburrimiento nos empuja hacia proyectos alternos que acariciamos constantemente.

En nuestra astucia, intentamos ser precavidos: unas veces con migajas de pan, otras con hilo. Son riesgos calculados —según creemos—, inútiles como lo demuestra la literatura. Y pagamos caro ese movimiento ciego de la voluntad.

Retomar el camino requiere suerte. A veces es por la insistencia de alguien que nos rescata; otras, por un raciocinio milagroso que nos hace regresar con vida; y, en ocasiones, por esos imponderables que llamamos casualidades, providencias o caprichos del azar.

El drama del extravío va más allá de la angustia del momento. Después, hay que reparar los daños: la pérdida de dignidad, el vacío, las heridas autoinfligidas o provocadas. Nunca volvemos iguales de un evento así.

Por eso tiene sentido la fiesta del padre que celebra el regreso de su hijo: “Saquen pronto la mejor ropa y vístanlo; pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el becerro más gordo y mátenlo. ¡Vamos a celebrar con un banquete! Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y lo hemos encontrado”.

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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