The Institute es una película que, dejando de lado algunos momentos planos, atrapa desde el inicio, y ya solo por eso merece nuestra atención. Puede parecer obvio, pero toda puesta en escena —por seria que sea— debería ser capaz de enganchar al público para desarrollar su propuesta argumental. Aquí, esa finalidad se cumple.

Dicho esto, repasemos brevemente la ficha técnica. El filme es del año 2017 y fue lanzado en los Estados Unidos, su país de origen. Se filmó en Los Ángeles, California, y tiene una duración de 1 hora y 38 minutos. Fue dirigido por James Franco y Pamela Romanowsky, y protagonizado por el propio Franco, Allie Gallerani y Joe Pease.

La historia gira en torno a la mala experiencia de una joven —con aparente enfermedad mental— en una institución de Baltimore llamada “Rosewood Institute”. Allí se cometen toda clase de abusos por parte de individuos que forman parte de una organización más amplia y de dudosa reputación. Según se indica, se trata de un thriller basado en hechos reales (“Based on terrifying true events”).

Respecto al elenco, el desempeño es satisfactorio. James Franco interpreta, aunque algo encasillado, al terapeuta que, desde una posición de aparente superioridad intelectual, guía a su paciente con un halo de misterio. Allie Gallerani, mucho más convincente, encarna a la joven inocente que se entrega a la orientación del doctor, sin sospechas ni defensas.
Más allá de la denuncia explícita contra el Rosewood Institute —un lugar siniestro, dirigido por médicos sin escrúpulos—, The Institute explora una inquietud más amplia: la persistente voluntad histórica de experimentar con seres humanos sin atender a principios morales. Plantea el dilema de los límites de la ciencia cuando persigue fines supuestamente benéficos para la humanidad.

La película muestra cómo la transgresión científica se convierte en violencia cuando carece de empatía y pone lo humano al servicio de objetivos ideológicos. Así, el control mental y el lavado de cerebro que sugiere la trama se reducen a simples medios para alcanzar fines.
El guion también plantea una reflexión sobre la naturaleza del mal, que a menudo nace de una mala gestión de la prudencia. La manipulación de la protagonista solo es posible cuando, desde su inocencia, baja la guardia y deposita su confianza en quien no la merece. Esta coincidencia es el germen que permite que florezca la iniquidad.

Todo ello exige una forma de inteligencia social que reconozca la maldad y sea capaz de evitar su influencia. Más aún: que se resista a la seducción del mal disfrazado, que suele derivar en una aceptación inconsciente de la que luego cuesta escapar.

Finalmente, la película denuncia la complicidad de un sistema que encubre el daño. Es como si los sentimientos morales no conformaran el tejido de la cultura social. En ese contexto, instituciones como la retratada pudieron operar durante más de un siglo (1889–2009), lo que revela la ceguera moral de una sociedad que ignora el vicio mientras no le afecta directamente.

El filme no recibió buena crítica: la plataforma IMDb lo califica con un 4.2 sobre 10. Y aunque ciertamente no es una obra maestra, a diferencia de otras producciones del género, desarrolla una propuesta que invita a la reflexión. Solo por eso, ya trasciende las convenciones de un arte a veces en decadencia.

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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