Siempre me pareció extraña esa práctica habitual en algunas familias donde las desavenencias se dirimen quitándose la palabra. Cuántas veces habré escuchado: “le dejé de hablar, me tiene molesto”, como forma de castigo o gesto de irritación extrema.

La palabra es una especie de don que manifiesta el cariño entre las personas. Por eso, no parece exagerado imaginar que, previo al fiat lux creador del mundo, ya habitara en la divinidad un amor desbordante, el mismo que inaugura la existencia. Igual –sin duda– al modo en que una madre acaricia a su hijo en el vientre, transfiriéndole un mar de sentimientos.

Desde esta perspectiva, que una madre le quite la palabra a su hijo es un acontecimiento atroz, desmedido casi desde todo punto de vista. Es el equivalente de decirle: “no me importas, no existes para mí”. Y dado el vínculo, el daño alcanza proporciones más hondas. Pero quizá no lo pensamos.

Es muy probable que este gesto sea una forma de declarar la guerra. Impropia, incluso, entre personas que no solo se quieren, sino que se suponen civilizadas. Porque –convengamos– la violencia no nos engrandece. Guerrear es irracional; ocurre cuando no hay posibilidad de diálogo para resolver los conflictos. No podemos ir por el mundo resolviendo las diferencias a golpes ni con malacrianzas.

Negar la palabra es un golpe bajo, metafórico pero real. Se encaja con tanta dificultad como un jab de izquierda, una bofetada o un pescozón. Y su efecto no se desconoce –por eso se inflige–, aunque a menudo se ignora su hondura. El dolor, en estos casos, es directamente proporcional al vínculo entre los que lo sufren.

Supongo que, como tantas cosas en la vida, el sentimiento se va desvaneciendo. Pero mientras llega esa paz –fruto del olvido–, hay un deterioro constante que nos impide ser felices. Aun con logros personales, hay vacíos que nos condicionan e interfieren en eso que llamamos realización.

Entonces, la palabra tiene su magia si es cordial, si expresa aceptación y muestra cariño. No la privemos a quienes amamos. Demos prueba de que nuestro discurso pertenece a otro nivel, uno abocado a construir una civilización que privilegie los buenos sentimientos, al margen del odio que hoy imponen quienes detentan el poder.

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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