“Y a veces me pregunto: ‘¿si en verdad valdrá la pena dejar la vida entera en un papel?’ ¡No sé, no sé!”.

Usted tal vez no lo recuerde o no lo sepa, pero así dice la letra de una canción conocida de José Luis Perales, titulada “No sé, no sé”. Desconozco su inspiración, pero apostaría que el compositor examinaba el valor de su obra en un momento de crisis personal.

Puede que usted mismo lo haya experimentado. Es natural, aunque no necesariamente general. El nacimiento de la conciencia es tan particular y su origen tan variado, que incluso hay quienes quizá no lo experimenten nunca. La vivencia de ese cuestionamiento es como un alumbramiento: una suerte de reflexión meta laboral.

Ese sentimiento trasciende la filosofía y a los filósofos. Estoy seguro de que, por ejemplo, más de un ebanista se ha planteado el valor de las horas invertidas en sus tareas diarias. Por eso quizás, ahora imagino a Leonardo, haya cambiado tantas veces de oficio. ¿No tendría su raíz en una búsqueda de sentido en el trabajo hecho?

Sí, ya dirá alguno, es un tópico, que Da Vinci, era ingeniero, arquitecto, pintor y escultor, entre tantas otras “profesiones”, por su curiosidad y por su genio.  Pero cabría teorizarse que también se debiera a su incertidumbre: ¿valía más la pena pintar que diseccionar cuerpos en algún cuarto escondido de Florencia?

En el caso de quienes practican la actividad intelectual, el dilema aparece temprano. Y para los distraídos, siempre hay alguien que se los haga notar. Recordemos, por ejemplo, a la buena mujer de Sócrates, Jantipa, quien parece reprocharle esa actividad –tan propia de vagos, inútil y poco lucrativa– como era andar con jóvenes en afanes de enseñanza. Tan aterrizada ella, sin duda pensaría en el primum vivere…

Marx también representa un caso ejemplar. Su famosa tesis sobre Feuerbach –“Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversos modos; pero de lo que se trata es de transformarlo”– parece impregnada del problema al que me refiero. Tal vez lo suyo fue el resultado de replantearse el valor del trabajo clásico del filósofo.

Hoy ese alumbramiento aparece, quizá, de manera más abrupta, dolorosa, incluso brutal: “¿Tiene sentido lo que hago, si no es productivo ni rentable?”. Dudo que el dinero estuviera en el trasfondo de la canción de Perales. Lo suyo era más bien poético, romántico… no sé, no sé.

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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