Es bastante probable que el discurso del amor haya estado en la base de la praxis humana. A veces podemos hablar de un pasado romantizado, falso, donde la comunidad atendía primorosamente la empatía y la caridad. Sin embargo, siendo realistas, la propensión a la violencia, el miedo al otro y la imposición egoísta de nuestra manera de pensar han sido la constante en la historia de la humanidad.

Lo que sucede ahora es que somos más conscientes de esas tropelías comunes. Nos enteramos por las redes y su «enmierdización» (enshittification), pero también porque somos más globales, viajamos y somos testigos de un quehacer fundado en el narcisismo y el ánimo de bienestar. Además, quizá también por el progreso de las ideas, somos más sensibles a esa moral peculiar.

De alguna forma, ese estilo de vida hunde sus raíces en una transformación mental favorecida por la falta de examen. Hay que reconocer que, aunque los índices de alfabetización sean superiores a los del pasado, saber leer no nos ha dotado de una perspectiva que funde la diferencia en nuestro modo de actuar. Así, la barbarie en el plano moral –el egoísmo, el odio, la violencia y el hedonismo vulgar– está inscrita en lo más íntimo de nuestra manera de ser.

Ese così fan tutte e tutti, cual ópera bufa, se ha transformado en carácter e insignia de nuestros tiempos. Una medianía favorecida también desde arriba que, orientada por el ánimo de lucro según la tendencia a mercantilizarlo todo, empeora la situación trasladándonos a la etapa más primitiva de la que hablaba Hobbes en sus textos políticos: la mediocridad en su esplendor y en su cénit más grosero.

Y, como en Sodoma y Gomorra, costará mucho encontrar a un solo justo. La «enmierdización» afecta a la mayoría, casi a todos, vulgarizándonos y haciendo nauseabundos incluso los espacios más sagrados. No es casual, por ello, ver a pastores y curas –los guías religiosos– hablar desde lo profano, transformando la poesía en la más ordinaria prosa, adecuada a un auditorio urgido de un género superior.

Salir de ese estado es posible, porque en lo humano no hay sentencia definitiva. La transformación comienza, ante todo, con la conciencia de los ecosistemas: la intuición que permite reconocer la decadencia y el aire contaminado. Luego, en segundo lugar, desde la necesidad de transitar apoyados por el consejo de los libros, la guía de los sabios y, sobre todo, la meditación que nos hace críticos. Sin ese insight, será imposible encontrar el punto de apoyo –como en Arquímedes– para mover nuestro mundo.

Tenemos una tarea común: poetizar el mundo y estetizar nuestras vidas. Recuperar la belleza como un esfuerzo de transformación cultural. Tenemos que invocar el milagro en el que coincidan las variables que permitan la luz. Solo desde esa apertura podremos humanizar y rescatar lo que hasta ahora parece estar perdido. Hagámoslo posible.

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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