Debemos ponernos a tono, según los días que se avecinan, para sacarles provecho. Más aún si se tiene la suerte de disfrutar del descanso en un esfuerzo por compaginarlo con espacios de silencio. Tiempo de gracia, le llaman algunos. Da igual, es un período que la vida ofrece como oportunidad para el crecimiento.

No es fácil, habituados como estamos al ruido, a la hiperactividad y a la distracción. Nunca como hoy vivimos conforme al reconocido «horror vacui». Por ello, llenar la vida con «le divertissement», al decir de Pascal, es lo mejor que se nos ocurre para no aburrirnos. Así lo da a entender el filósofo en la célebre cita de sus «Pensées»:

«Los hombres, no pudiendo curar la muerte, la miseria y la ignorancia, han resuelto ser felices no pensando en ello. La única cosa que nos consuela de nuestras miserias es el divertimiento, y, sin embargo, es la mayor de nuestras miserias. Pues es eso lo que principalmente nos impide pensar en nosotros y nos hace perdernos insensiblemente. Sin eso estaríamos en el aburrimiento, y este aburrimiento nos empujaría a buscar un medio más sólido de escapar. Pero el divertimiento nos distrae y nos hace llegar insensiblemente a la muerte».

Esa condición de «aburridos» es la causa de nuestra ludopatía. Una enfermedad que, al narcotizarnos, impide pensar, sometiéndonos al dictamen de los distribuidores de la droga. Así, la humanización exige operar desde estrategias que distancien y que afirmen actitudes constructivas. Nada mejor para ello que empezar en los días venideros.

La Semana Santa, más allá de la fiesta religiosa, puede convertirse en el acontecimiento que marque nuestra existencia. La reconciliación que conquiste la unidad perdida por la actividad febril de las ocupaciones diarias. Es una meta solo posible si advertimos su valor y afirmamos nuestras acciones.

Se trataría de una verdadera conversión opuesta a la cultura abrasadora. Esa que nos consume inconscientemente cuando nos dejamos arrastrar por la moda o por la corriente de turno. La posibilidad radica en la autogestión basada en lo que nos hace dignos, esto es, el pensamiento.

Concluyamos, a ver si la cita del francés anteriormente mencionado puede inspirarnos:

«Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento. De ello debemos depender y no del espacio y la duración, que no podríamos llenar. Trabajemos, pues, para pensar bien: he ahí el principio de la moral».

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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