Uno de los efectos que probablemente tenga la deficiente formación contemporánea entre los jóvenes, derivada de una visión pragmatista de la vida, es la incapacidad de autoexamen como base para el mejoramiento de la conducta. Dicha inconsciencia los expone a errores reiterativos e inflige dolores que podrían ser evitados.

En el pasado las religiones enseñaban a retirarse y, en el silencio, analizar frente a la divinidad si la conducta era conforme a la moral cristiana (por ejemplo, desde el catolicismo). Ese examen, llamado «de conciencia», permitía considerar la ética personal frente al daño hacia los otros o a nosotros mismos. De ese modo, descendiendo de la cima, al mejor estilo de Moisés, se corregían las desviaciones y se emprendían nuevos caminos.

El fundamento de esa práctica se encontraba en su filosofía: La idea de la autoperfección y la responsabilidad del crecimiento propio; el optimismo que brindaba la posibilidad de la gracia divina; el ánimo indulgente por el perdón de un Dios infinitamente bondadoso; la libertad que, bien utilizada, puede alcanzar sus objetivos.

Con el tiempo, sin embargo, no solo ese entramado ideológico ha quedado olvidado, sino también sustituido por otros valores impuestos por la cultura posmoderna. Más allá del nihilismo en nuestras sociedades, el proyecto capitalista, que parece haber adquirido nuevos matices por el desarrollo tecnológico, compromete las aspiraciones del ideal civilizatorio ilustrado del siglo XVIII.

Así hemos arribado a una cultura que impide lo humano. Vacíos, despojado de nosotros mismos, alienados, buscamos el valor en las cosas. Sin comunidad, reducimos nuestras relaciones al negocio y a la transacción. La praxis del «Quid pro quo». Habiendo renunciado a las raíces, somos esos seres líquidos condenados al naufragio en un océano caprichoso, donde queda solo aceptar el destino que nos corresponde.

«Sustine et abstine» son las virtudes del estoico que promueve la literatura en las librerías. No puede ser peor. Con ello, sin la certeza que daban las doctrinas del pasado, el hombre debe abrazar el destino (el «amor fati») enseñado como virtud también por Nietzsche. Privados de esperanza, la oscuridad y el desconsuelo son el estado que le toca al despojo gobernado por la Inteligencia Artificial.

Se atribuye a Sócrates aquello de que «una vida sin examen no merece la pena ser vivida». Corregir el rumbo, según se ve, empieza por la crítica. Primero, por el examen personal; después por el mundo externo. Es necesaria la recuperación de una especie de espiritualidad ya referida por san Agustín en el siglo V. Su «interiorismo» puede ser la base que nos evite el hundimiento al que nos lleva el materialismo de nuestros días.

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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