Cuando se habla de la libertad solemos referirnos al proyecto ilustrado para la realización de una sociedad moderna. Los filósofos del siglo XVIII parecían convencidos de que lo humano solo era posible en la posesión de ese valor y que su conquista, como decían los mismos franceses, «bien vale una misa».

La idea caló fuerte en los proyectos políticos de los siglos subsiguientes.  No era otra, por ejemplo, la aspiración de la propuesta marxista.  Como se sabe, el pensador alemán desea la emancipación obrera, aplastado por un sistema irracional, absurdo y fundamentalmente injusto.  Su vida la dedicó a tratar de demostrar tanto la base del mecanismo como su salida a través de la lucha de clases.

Sin embargo, el pensamiento ilustrado también se apoya en el contenido de un evangelio que algunos niegan.  Más aún, en el corazón de la narrativa bíblica rastreable ya desde la voluntad liberadora de Dios en el Éxodo.  Como sea, el proyecto de autonomía parece ser la constante en la dinámica humana, según el registro de las convulsiones históricas.

Hoy ese programa es urgente. Lo es porque las formas de manipulación y sujeción son especializadas, sutiles y disimuladas. Así, sin enterarnos, mediante apoyos digitales, somos presa de mecanismos en que voluntariamente entregamos la libertad.  Como si lo recibido, en una especie de transacción no declarada, fuera suficiente para regalar nuestro arbitrio.

Bienvenidos a la «Hipnocracia», sugiere el filósofo hongkonés Jianwei Xun.  Un estado producido por los manipuladores de Silicon Valley a través de las argucias de las redes. O como lo define Cecilia Danesi, investigadora en el Instituto de Estudios Europeos y Derechos Humanos: «dictadura digital que permite modular directamente estados de conciencia» mediante la «manipulación a través de las historias que consumimos, compartimos y creemos».

Narcotizar ha sido la fórmula histórica que Marx atribuía a la religión. Los opioides han evolucionado, esta vez por el consumo ilimitado en las redes cuya finalidad es, como dice un artículo aparecido en El País, «la eliminación de una ciudadanía crítica e informada que precisa de la supresión de cualquier salvaguarda».

Esta modalidad de servidumbre es refinada porque supera la vulgaridad de la violencia del pasado.  Además, su mayor éxito consiste en la sujeción voluntaria en la que en ocasiones hasta se paga por ello.  Situación que demuestra no solo los niveles de seducción y engaño de los timadores, sino el conformismo y el amodorramiento de los que lo sufren.

Únicamente si capitulamos en la lucha por la libertad significaría «La obsolescencia del hombre», al decir de Günther Anders.  Hay que ser optimistas.  En primer lugar, porque el naufragio no es nuevo.  La historia tiene un compendio de tiranos barridos por una mano invisible, una providencia, que ha favorecido a los oprimidos. Segundo, debido a una suerte de instinto que mueve contra la autodestrucción. Para ello, es necesario el despertar de la conciencia que por ahora reposa en el «scroll» infinito, mientras el agua cubre nuestras narices.

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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