Debo a algunos amigos la idea de considerar los hechos desde perspectivas más amplias como una manera de comprensión mejorada. Esta visión en la que nos situamos en un plano superior no solo tiene un carácter epistémico, sino incluso moral y hasta afectivo, produciendo sentimientos más adecuados a las circunstancias.

Un ejemplo de esto puede ser la atención a los momentos históricos actuales: las guerras, los neofascismos y el narcisismo exacerbado contemporáneo. Verlos de manera puntual, como novedad, induce a error porque es un fenómeno a toda luz, que por poco que se vea, ha sido una constante en la historia de la humanidad.

La idea de continuidad, aun en medio del cambio, es una intuición antigua que atribuimos a los griegos, pero que sin duda es anterior a ellos. Hegel la retomó en su sistema, dándole una racionalidad nunca vista. Así, la síntesis, lo nuevo, era portadora de las virtudes y los vicios, de lo que acertaba era una superación dialéctica.

No es raro que el estudioso de Tubinga, quien también estudió teología, haya querido ver en ese despliegue de acontecimientos, una especie de providencia por el que lo que ocurre persiga un diseño preestablecido. De modo que lo acaecido debe ser sometido a una interpretación más amplia que asegure mejor su comprensión.

Esto no tiene que entenderse como un «Nihil novum sub sole». En realidad, la experiencia contiene novedad por sus circunstancias. No es un simple predicamento, como designaba Aristóteles al «Ubi», es una condición que da una tonalidad distinta y que el hermeneuta debe saber encajar en su afán por significar lo observado.

Puede verse, en consecuencia, que circunstancias como la guerra en Ucrania o el aparecimiento de personajes vulgares semejantes a Donald Trump o Javier Milei, aunque son parte de una especie de «Déjà vu», contienen el germen de lo diverso. Se constata, por ejemplo, en el caso primero, en la guerra con drones, el uso de armas hipersónicas o de la Inteligencia Artificial.

En cuanto a los despreciables citados, el presidente de los Estados Unidos y el de Argentina, la tentación primera es ponerlos al nivel de dictadorzuelos del pasado. Tienen pinta. Sin embargo, sus ejecutorias son más peligrosas y hacen más daño. El perjuicio es superior incluso porque el retroceso de su quehacer político es una involución intelectual y moral en pleno siglo XXI.

San Agustín en «Las Confesiones» escribe sobre esa «Hermosura tan antigua y tan nueva», refiriéndose a Dios. La historia y sus avatares son un poco así. Debemos saberlo reconocer para adecuarnos con sabiduría a las exigencias de los tiempos.

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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