El ejercicio crítico es una actividad saludable y provechosa tanto para quien la práctica como para la sociedad misma. Es una de las finalidades de la educación que procura el examen de los sistemas para generar cambios, basados en la convicción de que el quehacer humano es imperfecto y muchas veces malsano.
Sin embargo, la crítica política me parece que es otra cosa. Primero porque no es honesta. Los actores a menudo destacan las faltas exagerándolas para sacar provecho de ellas. No es un ejercicio sincero ni desinteresado porque buscan posicionarse a costa del descrédito y muchas veces mediante la articulación de un discurso amañado.
En segundo lugar, las presuntas correcciones junto a las denuncias de los agentes políticos frecuentemente persiguen la venganza. Con esto, las observaciones adolecen de ese sesgo, a veces inconsciente, motivado por malos sentimientos. Se nota en las palabras o cuando se escribe por la amargura que traslucen y el uso altisonante del vocabulario utilizado.
Por último, un elemento a considerar en esos juicios es su origen. En ocasiones la crítica viene de políticos que han demostrado ineficacia en el ejercicio del poder o, peor aún, cuando han sido señalados hasta de corrupción. Esto deslegitima por la prevalencia de una ética claramente cuestionable.
Es evidente que tanto políticos como empresarios (a estos últimos también les cabe el discurso anterior) tienen derecho a expresarse. Sin embargo, conviene a la ciudadanía estar advertida. Ubicar la narrativa en la esfera de la cháchara, la fanfarronería y el oficio constante de ver el pelo en la sopa para recuperar el poder o defenderse de la acusación de sus vicios.
Así debe verse la crítica de actores de los diversos partidos de oposición en Guatemala. Las declaraciones de Álvaro Arzú, Sandra Jovel, Allan Rodríguez, Inés Castillo y tantos otros quizá menos beligerantes. Sin olvidar, claro está, la oposición de las cámaras empresariales cuyo activismo es cotidiano y muchas veces descarado. Su accionar es frecuentemente tan primitivo como el de los primeros.
Hay que ejercer el juicio político, denunciar y poner en evidencia el fracaso del sistema. Señalar la inoperancia del gobierno junto a la falta de efectividad. Hacer visible el despilfarro, la corrupción y el clientelismo. La democracia lo exige, tanto como el derecho a no callar. Sin embargo, distinguir entre la crítica honesta y la crítica viciada, según sus protagonistas, conviene por razones más allá de lo intelectual.