El legado que muchos políticos que aparecen como tendencia diaria en las noticias debido a sus ejecutorias trasciende el efecto de sus obras. Esto pasa con todos a causa de la dimensión social que es un elemento a veces olvidado, pero que es parte de nuestra constitución humana. Y no deja de ser una especie de drama pasarlo por alto.

Así ocurre, por ejemplo, cuando en las noticias aparece Trump con conductas arrogantes y sin empatía hacia sus adversarios. Esa actitud que desde la altivez reduce a los otros al desprecio mientras los ridiculiza para salirse casi siempre con la suya. Olvida que hay una nación que lo observa, poniendo en riesgo el efecto mímesis entre los jóvenes.

El mundo no está (nunca lo ha estado) para poner de moda los presuntos valores del sistema poscapitalista. Y son esas conductas las que se extienden cuando se insiste, de otro modo, solo en el dinero como perspectiva única. La narrativa de encumbrar las utilidades como ética de máximos en todas las esferas de la vida.

El mismo discurso cabe cuando los proyectos políticos olvidan el beneficio de las mayorías.  Una maledicencia que nace del desprecio ya no solo a lo que llaman “la masa”, sino ultimadamente a la persona misma a quien no se le reconoce rango alguno.  Aberración que rebaja lo que parecía una conquista desde el siglo XVIII.

Aunque hay que decir ya había cierta afectación si consideramos mucho más potente el discurso cristiano que prescribe la caridad hacia todos.  Eso que después estableció san Agustín como el “Ama et fac quod vis” (Ama y haz lo que quieras) y que luego hasta el primer Hegel apuntaló su valor frente al mundo griego y judío por su significación.

Es esa visión plana de íconos contemporáneos como Elon Musk los que son dañinos para la salud social.   Ya no es solo la popularización de su concepto de éxito o las estupideces que propala en los medios, sino la persuasión de cierta omnipotencia por la que se siente facultado para casi todo.  El accionista de Tesla es una versión ridícula del Zaratustra de Nietzsche.

Y sí, también la fealdad es impuesta por los ultrarricos.  No esa referida a la moda o al vestido, sino a la ausencia de mínimos en el plano de un razonamiento que no sea el de la lógica del capital.  Ese pedigrí que es el resultado del retiro, la reflexión, los libros y el roce con el arte en general.  Por ello es que algunos de sus “genios”, Mark Zuckerberg, por ejemplo, parezcan bobos cuando se salen del guion o muestran su flaco sentido del humor.

No abrigo demasiadas esperanzas porque a ellos les nazca una conciencia diferente o porque se enteren del mal esparcido en su función de personajes públicos.  Me conformo de momento en considerar el tema y procurar entre los lectores un refinamiento de paladar que nos permita mejores manjares.  Hay que subir el nivel.

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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