Una de las preocupaciones más recurrentes de algunas personas, profesores y padres de familia, por ejemplo, es la disminución de la lectura entre los jóvenes. No carece de base el sentimiento, si nos atenemos al registro que indica la baja, mientras al parecer continúa la crisis sin que los esfuerzos sean efectivos.
Aunque sí debemos ser justos, hay quienes dicen que nunca se ha leído tanto como hoy. Esto, a través de las redes sociales: Instagram, Twitter y TikTok, entre otros. La cultura de la imagen, sí, justifican, pero también la de la lectura. Además, insisten, con la IA, se ha reforzado el interés de leer incidiendo en la mejora de los índices.
Si salimos de esa discusión, conviene enfocarnos en otro tema importante: la calidad de los contenidos. Consumir no basta, debe considerarse, digamos, el valor nutritivo de la ingesta. Y me temo que en esto vamos en caída libre. Sin que tenga datos a la mano, por experiencia empírica, creo que la calidad proteínica de lo que leemos es bastante deficiente. Toca examinarnos como gesto autocrítico.
Los churros (intelectuales) a veces consumidos no son de por sí malos, excepto porque es lo único que nos alimenta. El problema es que impiden el acceso a ingredientes sofisticados, convirtiéndonos en sujetos planos. El desarrollo estético se realiza cuando nos exponemos a obras de valor, lo que requiere elevarnos a la altura de los grandes poetas y filósofos de la humanidad.
Evidentemente, más allá de la exquisitez en materia estética que es urgente asumir, según nuestro pedigrí humano, se encuentra el desarrollo del pensamiento. La complejidad del mundo y sus problemas, los dilemas y la propaganda, reclaman una mente amueblada, amplia, fina, de esas que se obtienen, además, como producto del hábito reflexivo.
No es cualquier cosa. Se trata de abrirse a consideraciones que liberen la inteligencia, a veces complaciente, a posibilidades fuera de las convenciones ideológicas. Refutar lo dado que es el subproducto social del que hay que salvarse. Más allá de lo lúdico, que no se excluye, la finalidad toca la conducta que se ve afectada por los discursos.
Por esa razón, es sospechoso el interés de la industria (cultural) centrado en la entretención. Es claro que me refiero ahora no solo al mundo de los libros, sino también al de la música, el cine y el arte en general. La disminución de estándares apunta, además del mal gusto de sus agentes, a la configuración de un pensamiento, diría Vattimo, “débil”. Son mercenarios al servicio de la lógica capitalista para aplicar conciencias.
Rebelarnos contra esa maquinaria de muerte, “intelicidio”, como ha sido llamado, alcanza, en conclusión, la cantidad y la calidad de lo leído. Más aún, requiere una actitud de silencio también en crisis hoy. La persuasión de que solo el examen de las ideas, junto a la conducta renovadora, contribuyen al establecimiento de lo nuevo. Se trata de un interés centrado en fundar lo humano. El resto es más de lo mismo.