El proyecto académico que empiezan los estudiantes en el país merece cuanto menos una reflexión que dé ánimo y dé sentido a una empresa importante en el contexto del crecimiento de sus propias vidas. Inician desde ya con mucha ilusión, pero a veces también sin esperanza.
La existencia que tienen por delante no es fácil. Lo saben porque lo viven, son testigos de un mundo con una narrativa que les impide el optimismo. Eso evita en algunos el compromiso, la pasión que posibilita el goce en una misión que ven inútil. Y no se les puede engañar porque la realidad pesa sin que se trate de un simple discurso.
Con todo, hay que sobreponerse a la paralización que implica la desesperanza por medio del cambio siempre en germen. Esa espera, que los cristianos viven por sentirse seguros en las manos de su Dios. O en términos menos religiosos, bajo la perspectiva de Ernst Bloch, la asentada en la estructura de una realidad abierta a lo nuevo.
Desde esta visión renovada, los estudiantes deben aprovechar el estado de gracia que supone estudiar. Utilizar las horas mediante el estudio disciplinado, la constancia y la responsabilidad. Buena falta les hará en sus vidas, superar las convenciones que el sistema les imponga, razón por la que deben reimaginar la realidad para trastocarla.
Los estudiantes deben vencer, más aún los que van a la universidad, la idea de que el saber es reductivo a las disciplinas que estudian. Ello debe llevar a abrirse a esas materias que les haga crecer como humanos. Considerar las posibilidades de las humanidades como un complemento que genere el gusto por el arte, la literatura y la filosofía.
Forjar la inteligencia no es suficiente. Aunque es sumamente importante, hay otras dimensiones que deben cuidarse. Insistir en esto permitirá una formación que vaya más allá de lo operativo, lo técnico y lo instrumental. Facilitará aprender a pensar mejor, a sentir mejor, a amar mejor. Y no es poca cosa. Ya se ve que estudiar es una tarea bastante seria.
El compromiso requiere profesores de primer orden, pero su ausencia no debe impedir la realización. La escuela es imperfecta. Y no solo es cuestión de maestros, el sistema en el que se fundan a veces es nocivo. Hay lugares que por su estructura impiden lo humano. También las instituciones deben trascender las convenciones que reduce todo a lo económico. Lamentablemente esos espacios no son jardines que propicien el saber.
Deseo para los que estrenan nuevas experiencias educativas la mejor de las suertes. Es momento de sembrar porque el terreno es fértil. El tiempo da sus frutos puntuales sin que haya impunidad en el esfuerzo. Mientras sucede, conviene la alegría del encuentro, la felicidad que trae la convivencia, la fuerza de sentirse joven. Amar es importante, quizá también venga ese ingrediente que hará del estudio una época inolvidable.