«Nada es más común que la idea de que las gentes que viven en el mundo occidental del siglo XX están eminentemente cuerdas».

Erick Fromm

Llega usted donde el médico y ya desde el saludo empieza el diagnóstico del estado de su salud. Pero no se fía, algunos toman signos vitales, preguntan, tocan. No quieren exponerse al error. Frente a la duda, luego de una radiografía aproximativa, mandan exámenes clínicos: sangre, orina y más. Tiene sospechas que quiere confirmar.

El proceso médico no es distinto del que hace el filósofo social. De hecho hay una propensión a veces precipitada por dictaminar las enfermedades del grupo. Y, como es distinta la disciplina, las posibilidades de error son más frecuentes, sin que esto atemorice ni disminuya la audacia.

Como en el caso médico, la oportunidad del examen social es importante. La dinámica humana debe examinarse para corregir las desviaciones a la que se está expuesta por las experiencias de la vida. Y quizá debido a la finitud que constituye la realidad, la medicina social debe aplicarse para la sobrevivencia del grupo.

Sin duda es la intención de, por ejemplo, Günter Anders, Michel Foucault, Guy Debord, Fredric Jameson, Donna Haraway, Ursula K. Le Guin y Gayatri Chakravorty Spivak, entre tantos otros pensadores más o menos contemporáneos. Lo primero, tratar de entender desde una aproximación antropológica al bicho humano. Considerar la base que constituye al hombre (y a la mujer), para luego juzgar las distintas anomalías acrecentadas por la experiencia social.

Luego habrá coincidencias. Que si la egolatría o el narcisismo, que si la doble moral o la hipocresía, que si la unidimensionalidad o el retorno de lo mismo. Lo común parece ser la conciencia de una cierta caída en lo humano. La comprensión de la falta, como diría Lacan y que recoge también Žižek. El pecado original como ha sido explicado abundantemente por san Agustín.

Creo que ha sido Fromm en su «Psicoanálisis de la sociedad contemporánea» que dictó que estábamos enfermos. Y con razón si damos crédito a las guerras, la hambruna, las desigualdades sociales o las distintas formas de alienación que nos privan de libertad. Hemos perdido el rumbo por estar a merced de un océano en el que naufragamos. Algunos sin darse cuenta por la intersección entre la manipulación ideológica y nuestra estupidez personal.

Lo bueno en esto es la esperanza constitutiva de lo real. Podemos curarnos. Requiere, sin embargo, como en el caso de quien va al médico, quererlo. Esto empieza por un acto de humildad: saberse afectado. A partir de ello, profundizar en la comprensión de lo que nos pasa para, después, buscar remedios. Quizá la salud dependa del esfuerzo de cada uno. Es la condición de que se comuniquen los beneficios como forma de anticuerpo contra lo decadente.

Si anda en busca de propósitos, estas ideas pueden ayudarle. No estamos condenados a morir. Es tiempo de florecer y esparcir la cimiente de un mundo mejor. Esta posibilidad, empero, nace del esfuerzo de cada uno. Salvarse es salvarnos. Sí, también, hay una responsabilidad ética que funda las energías de nuestras acciones. Hago voto porque comencemos hoy mismo a renacer.

Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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