Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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«Lo esencial es esta vigilancia continua, esta atención que no se debilita sin que se instale la sinrazón».
Jacques Rancière

Creo que fue leyendo algo de Carl Schmitt que encontré la idea de «error de apreciación».  La teoría de cómo la interpretación y el juicio político pueden verse influenciados por contextos ideológicos y subjetivos que distorsionan la realidad. El filósofo, como muchos, pone atención a los sesgos en su intento por corregirlos.

La palabra «apreciar» deriva del latín «appretiare», que significa «estimar el valor de algo». A su vez, deriva de «pretium», o sea, «precio» o «valor». El prefijo «ad» indica «hacía» lo que enfatiza el acto de otorgar o reconocer valor. Quiero decir, apreciamos algo cuando, al concederle valor, salimos del estado de indiferencia para determinarnos por ese bien.

Sin embargo, en ocasiones nuestra capacidad de estima está afectada. Puede que por ello, o bien «sobrevaloramos» las cosas o las «subestimamos», según su peso. Esta incapacidad puede deberse a la impericia en la tasa: la ausencia de criterios para determinar el precio de los bienes. Nuestros cálculos carecen de sentido por la desmesura en los créditos.

A veces puede atribuirse la inhabilidad del cálculo a la falta de educación. Sucede porque no fuimos iniciados en el justiprecio. Así, la experiencia valorativa es vacía por ausencia de paladar. Algo así como quien desde la barbarie tiene la vivencia en un museo clásico.

Tiene su gracia «apreciar». No deriva por generación espontánea ni por rayos celestes.  Debe aprenderse. Como en la estética, las instituciones (la familia, la escuela, la religión y hasta el Estado) deben favorecer su desarrollo. Una forma es la propiciación de experiencias. No solo referirse a su significado, que también es importante, sino a la realización de actos en donde se calibre la conducta.

Y como la cultura puede provocar sesgos en nuestras «apreciaciones», es obligado revisar lo que valoramos.  Recalibrar nuestra estima.  Examinar si de repente cobra más valor el interés personal o la sobrevaloración al dinero, por ejemplo, que el deseo por ser mejores y servir a la comunidad.  Considerar si no damos el justo precio a lo que tiene significado.

Corren tiempos recios. Contextos en los que se nos cuela la basura. El hábito por el que optamos por la chatarra, convencidos de que su sabor justifica la ingesta. «Apreciar» es por ello un acto de rebeldía, el coraje de afirmar lo humano basados en el reconocimiento de lo importante. Asumir esa experiencia es rescatarnos, ponernos a salvo de una cultura que se regodea en el sobreprecio y la estafa.

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