Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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«Lo contemporáneo es lo intempestivo»
Nietzsche
La vida es un proyecto de afirmación constante. Acciones que llenen ese cascarón frágil humano. Es búsqueda de contenidos y en el fondo necesidad de plenitud conseguida solo parcialmente. Atisbos de infinito desde condiciones precarias conforme a nuestra naturaleza.
Porque somos eso que dice Agamben, sujetos desnudos. Comunidades urgidas de calor, arropamiento, protección.  Y mientras no lo tenemos, llenos de pánico, lo mendigamos como recurso primario: «Primum vivere». Es sobrevivencia en situación en donde priva a veces lo glacial.
La «nuda vida» se agudiza más en el contexto del llamado «hipermodernismo» donde los valores tradicionales son parte del pasado. Efectivamente, en un mundo donde se privilegia la satisfacción egoísta de los deseos, el sufrimiento ajeno es solo un dato, un registro numérico que apenas cuenta y no significa.
Son tiempos de inanición en una cultura ocupada en el éxito personal, en la felicidad propia, en viajar y comprar. Tiempos de muerte, agobiados por el hambre, las guerras, la soledad, la falta de sentido, pero también la desesperanza. Quizá nunca la atomización ha sido eso que algunos llaman el «Zeitgeist» o signo de los tiempos.
El «Homo Sacer» del que habla Agamben está desprovisto no solo de la materialidad, reducido a piltrafa, sino de las ideas. Es como que la capacidad simbólica estuviera atrofiada o simplemente ausente. De ese modo, sin facultades racionales, queda el instinto, ese que marcha según los impulsos ciegos.
En ese ecosistema desértico, sin más brújula que los sentimientos siempre expuestos a la provisoriedad, solo importan los momentos. Nos hemos resignado a lo episódico porque nuestra mente, desestructurada, es incapaz de urdir más allá de lo puntual que representa la satisfacción de una voluntad irracional. Así, a la desnudez, hay que sumarle su propio absurdo.
Ser conscientes de nuestra situación es una suerte de esperanza. La base quizá del cambio en lo que entre nosotros es dinámico. No está dicha la última palabra. Debemos hablar de ello y afirmar lo humano. Es posible la construcción de una comunidad signada por los valores que nos ayuden a crecer y a ser mejores.
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