Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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“El inconsciente es el discurso del Otro”
Jacques Lacan

Que la vida es una búsqueda constante de algo o de alguien es cosa bien sabida, gastamos energías en ir tras lo que nos falta.  Fatigamos por encontrarlo, aunque para ser francos ni siquiera conocemos exactamente lo que deseamos. Lo imaginamos, creemos hallarlo, pero rápidamente cambiamos y nos movemos.

Nos lo dice Lacan en sus textos: el deseo surge de una falta fundamental.  El problema es que al ignorar su causa damos tumbos y comprometemos nuestra vida y la de los otros.  Pero está a la vista, insiste, aunque tenemos que descubrirlo a través del examen, principalmente el del lenguaje.

Ese deseo, dice el francés, nunca puede ser plenamente alcanzado o poseído.  Es un estado perpetuo de búsqueda y falta.  De aquí el desplazamiento continuo de un objeto a otro, en una cadena interminable.  Supongo que es el drama de la vida que fuera menor si no es por el daño autoinfligido y compartido con los demás.

Por si fuera poco, el psiquiatra dice que somos eso: deseo.  Que el inconsciente está estructurado por esa experiencia subjetiva. Y más que un impulso es una falta estructural. Hecho que distingue del goce que obtenemos para colmar la falta, pero que dista del deseo auténtico.

Lo anterior quiere significar una intuición común manifestada en la experiencia. El sentimiento de incompletitud, de ansia y de movimiento constante sin que el resultado nos realice. Es como si nada nos colme y por ello aventuramos desorientados por desconocimiento de un puerto donde tirar las cadenas.

No es el océano tempestuoso del que seamos víctimas lo que nos acaece. Somos más bien nosotros los vientos huracanados que arrastramos en nuestro paso a los demás. Afectados también por la inestabilidad de quienes sufren sus propios movimientos internos. Mientras no lo entendamos es posible que personifiquemos de algún modo el mal.

Ser consciente de ello es vital. Primero para comprender la finitud de nuestra constitución. Renunciar a la pretensión de satisfacción absoluta a sabiendas de su imposibilidad. Luego, porque nos ayuda entender el mecanismo que nos gobierna. Poner frente a nosotros ese sistema para gestionarlo de algún modo.

Finalmente, quizá el conocimiento de nosotros mismos nos ayude a valorar los momentos de la vida. Disfrutar cada episodio y comprometernos con lo que nos apasiona.  Tratar, eso sí, de cuidar a los demás ajustando el deseo sin hacer daño a quienes amamos. Satisfacer las pulsiones moderadamente como ya era un imperativo desde los filósofos griegos.

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