«El hombre es un ser social por naturaleza, y quien vive solo es o una bestia o un dios».
Aristóteles
Diógenes, llamado «el Perro» o «el Cínico», es recordado en la historia del pensamiento como el filósofo que vivió según su peculiar doctrina moral. Actuó a contracorriente, al margen de las convenciones, con la conciencia de la provisionalidad de la existencia y los límites del conocimiento.
Representa la antítesis de la actitud contemporánea que afirma la individualidad como fundamento de la esencia de nosotros mismos. El legado de la modernidad que hace del ego la figura central y, por ello, el proyecto a construir a partir de lo que está a nuestro alrededor. Un empeño que nos incapacita para el desarrollo personal, convirtiéndonos en eternos niños que buscan reconocimiento.
Esa es la razón por la que frecuentemente nos sentimos «pluscuamperfectos», como canta el poeta. No puede ser distinto. El Narciso es víctima de sí mismo, de la impostura personal, de las mentiras autoinventadas. Loas imaginarias para sobrevivir el dolor de sentirse frágil y vulnerable.
De ahí que tenga sentido eso de que somos «una sociedad de ingratos» como sostiene el filósofo español, Manuel Cruz. Agradecer significa dar a los demás los méritos que les corresponden. La aceptación sincera de que somos un poco el resultado de un trabajo común. Porque no somos partículas incomunicadas que crecen en ecosistemas aislados. Todo lo contrario, estamos articulados en un sistema en el que nos afectamos mutuamente.
Cruz dice que «la existencia de alguien que no le deba nada absolutamente a nadie es casi un imposible ontológico». Sin embargo, la narrativa actual insiste en el mito del hombre hecho a sí mismo («the self-made man»), discurso fantasioso que está en el centro de los libros de autoayuda y extendida también en la prensa.
Desmontar el relato por medio de la crítica es base para el crecimiento humano. No solo resituar al «ego conquiro», a menudo trasgresor y violento, como le llamaba Dussel, sino desvanecer la idea, según la cual, somos sujetos al margen de los demás, o si mucho problematizados por ellos.
En este sentido, vale la pena recordar cómo Diógenes puso en su lugar al gran Alejandro Magno con su desmedido ego. Según cuenta la anécdota, Alejandro, impresionado por la austeridad de Diógenes, se le acercó y le ofreció concederle cualquier deseo. La respuesta de Diógenes fue simple: «Apártate, que me tapas el sol». Este episodio expresa la sabiduría de Diógenes, quien veía en la vanidad, el ego desmedido y la afirmación de sí mismo los principales obstáculos para alcanzar una vida auténtica y libre.