Benjamin Disraeli. Los seres humanos solemos ser un misterio cuyo desvelamiento atraviesa toda nuestra vida. Ya no es solo que los demás desconozcan mucho de lo que somos, sino que incluso para nosotros mismos somos enigmas. De ello nos enteramos cuando un amigo nos convence de nuestras rarezas, pero también de las posibles virtudes ostentadas desde la ignorancia.
Me parece que ese universo, infinito y profundo, inabarcable, es uno de los elementos que nos atraen de las personas, disponiéndonos a menudo para las sorpresas cotidianas. Explorarlo con inocencia, si se le quiere o despierta sentimientos de empatía, es un examen fascinante porque revela el milagro humano: la bondad, la belleza y las posibilidades infinitas de esperanza que comporta cada sujeto.
La experiencia alcanza altas cuotas cuando media el silencio y el otro muestra los surcos de su corazón. El momento en que, sin miedo, la persona se descubre en un acto de puro amor o real comprensión. Es ese tipo de conexión que sin duda es una especie de milagro metafísico.
Cuando ocurre, cada acontecer es una epifanía. No importa la dimensión del relato, la expresión o su singularidad. A veces son las palabras, otras el ritmo, miradas o suspiros. Todo es parte de una cartografía de trazos que, aunque irregulares, dan fe de una búsqueda sincera de unidad. Caminantes que adivinan rutas con el desánimo del confundido.
Hay circunstancias, sin embargo, en que pasa lo contrario. La poesía se vuelve prosa y la lírica pierde su voz. El aire enrarecido acalla las emociones y desertifica los ánimos. Así, con el cuello apretado, en una actitud de repulsa, el tono se desvanece. No eres tú, no soy yo, es la vida en su versión aficionada.
Es la entropía en su decadencia la de los pálidos grises. La deficiencia bioquímica de la estructura humana. Como sea, a veces se rasga el velo del templo por causas desconocidas. Es el momento en el que hay que invocar el misterio óntico y las virtudes de la contingencia. Aceptar al guionista confiando en un esperanzado buen gusto.
Ha llegado la hora de tomar bando. Preferir la transparencia y la frescura que geste la vida. Ser fuente, luz y sendero gozoso del itinerante. Elegir la bondad, las palabras que animen y las acciones que fortalezcan. Determinarnos por vivencias con significado, todo desde la conciencia de la brevedad y la responsabilidad por hacer feliz a los demás.