«La identidad no es algo que simplemente encontramos, sino algo que constantemente construimos, desafiando la presión externa y la violencia simbólica que nos rodea».
Zygmunt Bauman
Afirmar la identidad quizá sea uno de los proyectos más delicados atendidos en el período de la infancia y la adolescencia. Responder a la inquietud natural sobre lo que somos y quiénes somos. En esa tarea inciden primordialmente nuestros padres, pero no es menos importante el concurso de quienes nos rodean, configurando de ese modo el rostro que mostraremos al mundo.
Semejante trabajo está lleno de baches. Los padres, que improvisan en su ejercicio educador, aunque con buena voluntad, lo hacen con error. Primero porque imponen su visión de mundo y extienden sus prejuicios sobre los hijos; luego porque proyectan sus frustraciones que impiden un florecimiento gozoso en ese proceso vital.
De ese modo, crecer consiste en negarse. Resistir a la imposición de quienes amamos en su intento por doblegar la tendencia a realizar nuestra naturaleza. Es difícil. A menudo (lo haremos durante muchos momentos de la vida) cedemos. Quizá por complacencia, por evitar la hostilidad o simplemente por pragmatismo. El caso es que lo que podría ser un acompañamiento sano resulta más bien lo contrario.
Es el mismo ecosistema que se sufre en la escuela, la iglesia y las instituciones en general. Cada una tiene su propia arena orientada a la formación violenta de la personalidad. No es casual, por ello, la falsificación de nuestras vidas, la traición al sagrado derecho de ser quienes somos. La asunción falaz encaminada a ser aceptados y en última instancia queridos.
Esa identidad, frágil, provisoria e inconclusa, suele estar en crisis. Los terremotos de la vida: una ruptura, un despido o una muerte a veces nos hacen tambalear. ¿Somos tan miserables como asertivamente dictaminó nuestro jefe? ¿La mezquindad es lo mío? ¿En verdad soy tan listo como creo? En ese estado volvemos al adolescente en su intento de búsqueda de sí mismo.
Bauman diría que se trata de identidades líquidas. La naturaleza que cambia por falta de sustancia. O más bien, su sustancia es la fluidez adaptada a los momentos. Es el espíritu que no es porque está siendo infinitamente. La vida que cede, según contextos. Esta es su ortodoxia, la única. Ser significa negociar.
Como sea, la dialéctica del ser nos desafía constantemente. Puede que la madurez implique por ello darnos la forma deseada. Combatir contra quienes nos quieren a su medida. Declararnos en rebeldía evitando ceder a proyectos violentos. Abrir las puertas, por el contrario, a relaciones en donde prive el amor, la benevolencia y la ternura. Eso que nos ayude a descubrirnos desde la armonía mutua.