Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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«Sin confianza ni credibilidad, el hombre está perdido»
Benjamin Franklin

Muchas veces la sabiduría popular o la máxima religiosa afirma que la vida es un don, algo recibido gratuitamente para el disfrute y el compromiso con nosotros mismos. Y, sin embargo, creo que no lo tomamos en serio porque a menudo, al ir en automático, los días se pierden en el más absoluto nihilismo o en la vivencia de un presente sin mayor propósito. ¿Por qué nos ocurre?

Yo lo atribuyo en parte a la naturaleza descuidada, pero también a esa voluntad superficial que conforma nuestra constitución leve. Efectivamente creo que lo nuestro es una tendencia hacia el despilfarro, casi en todo, también en aspectos fundamentales como la credibilidad que, como los días, echamos a perder irremediablemente, con absoluta inconsciencia.

Nacemos con un crédito a nuestro favor. No hay nada que indique que no se deba «creer» en nosotros. Y, sin embargo, el valor que tienen las palabras va desapareciendo por falta de méritos, a causa del desinterés o la propensión también a la mentira. Nos traicionamos primero a nosotros mismos, nos mentimos por medio de justificaciones que encubren las miserias visibles.

Luego aparecen los discursos falaces que se vuelven costumbre. Inicialmente construimos un monumento personal hecho de paja, con mucho artificio, pero sin sustancia. Seguidamente echamos mano a los embustes, los timos inspirados en la ilusión de forjar una valía inexistente. El capital empieza a desaparecer.

No falta quien nos crea una y mil veces: mamá, papá… un amor ilusionado. El caso es que, perdida la “fe”, ya no hay crédito para el zorro. Nos convertimos en esos cuervos de la fábula de Esopo incapaces de asentir una vez más, desengañados por la decepción continua.

Hay casos en el que el timo pasa por ser una especie de deporte, un ejercicio asumido como condición de oficio (al menos según una perspectiva). Pienso ahora en muchos políticos (el caso de algunos del Ministerio Público y el Congreso de la República es patético) que con una retórica falaz, mienten sin escrúpulo. Estos casos son excepcionales por expresar una enfermedad moral congénita, degenerativa.

Ya le digo, echamos en saco roto nuestro capital humano. El traje reluciente lo volvemos piltrafa a causa de la inconsciencia, o bien, quizá, por una estética vulgar. Tal vez sea deba a una coincidencia: el punto de encuentro entre nuestra falta de gracia personal y la ignorancia de quien se solaza en el fango de los días.

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