Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

post author

Uno de los primeros filósofos que refirió una especie de armonía en el mundo fue Pitágoras. Aunque seguro su único mérito fue quizá publicitarlo y registrarlo en esas obras de las que apenas se conservan fragmentos y son objeto ahora de estudios de arqueología filosófica.

La intuición no tardó en extenderse también a los hombres, a quienes se les vio unidad (en medio de las dicotomías y complejidades también puestas al descubierto) y en consecuencia el carácter admirable de una estructura hecha sapiencialmente por un arquitecto de gustos exquisitos. Petulancias típicas de bípedos siempre necesitados de respetabilidad.

Y, sin embargo, más allá de esa presunción muy reiterada en la Biblia y repetida tal vez por muchos sabios, también es cierto que si hablamos de armonía en el mundo y en los hombres (en los seres humanos) se debe más por razones espurias que por evidencia real. Deje que me explique.

En primer lugar, la intuición parece justificar, contra todo, esa necesidad interesada de sentirnos especiales en un universo inconmensurable. La mota al viento que afirma su particularidad frente al infinito. O, como diría Pascal, «la caña pensante» que se ufana en su supuesta «omnicomprensión» del mundo. Ya ve que de lo que sí podemos presumir es de nuestra capacidad ensoñadora desde el fango de nuestra situación real.

Por otro lado, me parece que la insistencia del orden supone un artificio que no puede ser casual. Por ello, la recepción pagana de la idea encontró eco dentro de la doctrina cristiana que atribuye a Dios la creación del mundo. El viejo Obispo de Hipona en el siglo V ya evidenciaba esa famosa creación «ex nihil» que demostraría que el universo tiene sentido y que el mundo tuvo un principio (y un fin). Algo que luego se dio en llamar “carácter teleológico” de todo.

Como ve, es sospechosa la intuición antigua. Nos cuesta conformarnos con la idea del absurdo, la anarquía y la falta de lógica en un universo caprichoso. Nos da pena asumir la finitud en el contexto de una inmanencia a la vista. Por ello, para no sentirnos aterrados, como diría Bergson, acudimos a la famosa función fabuladora. O sea, nos fascinan las telenovelas que fundamenten la más absoluta soledad.

La duda frente a Pitágoras se sostiene, finalmente, en esa vida monacal (pagana, claro), que compaginó con el estudio de las matemáticas. Con toda certeza, esa imaginación exacerbada tuvo su origen tanto en sus ayunos extremos como en la frugalidad de su vida reducida a lo mínimo. Razón por la cual a menudo es bueno alimentar el cuerpo o incluso experimentar la moral relajada de Diógenes que nos garantice vivir bien el presente, lo único que sí tenemos.

Artículo anteriorUna fiesta que no estaba en el menú: Burger King apoyó a su CM tras en vivo
Artículo siguienteEl susto del mercado de valores en Estados Unidos y las implicaciones de la política monetaria