Si algo nos debió haber enseñado la Teoría crítica fue el anhelo por ser libres en un mundo ordenado para el sometimiento. Un sistema edificado meticulosamente para el orden y el funcionamiento con vistas a la normalidad, según los dictados del aparato. Para ello, lo urgente es la disidencia crítica como posible medio de emancipación.
No es fácil. Lo primero consiste en asumir una actitud escéptica. Cuestionar lo dado desde la conciencia de la ilusión creada por el poder. Reconocer la opresión, denunciarla, y operar a partir de una narrativa que nos permita ser mejores. Ese acto que deriva desde una racionalidad crítica debe ser la guía para transitar por vías alternas al de la esclavitud.
Posteriormente, debe privar la imaginación. Reinventarnos a través de la exploración de lecturas que conformen nuevas epistemes, ese sistema articulado de saberes fundado en la realidad, al margen de ideologías que adormecen las conciencias. Todo, en función de un examen que condene la presunta verdad del sistema dominador.
Hay que disciplinarnos, pero no partiendo del orden que nos impone el aparato, sino desde esfuerzo personal liberador. Creando lenguajes que no pierdan de vista la verdad del ser, los valores de la vida y los medios que favorezcan el desarrollo social. Porque es importante que los nuevos discursos sean inclusivos en un mundo que es para todos.
Es importante el trabajo personal. Explorarnos internamente mediante un análisis que nos despoje de nuestras propias limitaciones. Intentar crecer en un afán por una vida que favorezca también el bienestar social. Ser portadores del amor convencidos de sus posibilidades germinales en un contexto siempre tentado por la violencia.
Tenemos que renunciar al vasallaje: la tiranía de los otros y nosotros mismos. La Teoría crítica es también un llamado de atención para expandir horizontes. Nos advierte de las trampas de una razón al servicio del placer instantáneo, del hedonismo embrutecedor y el materialismo consumista. Una razón autocomplaciente que privilegia la fuerza que se impone con violencia.
¿Podemos realizarlo? Solo a condición de una educación liberadora. Si favorecemos tanto las ideas como una moral dialogante. Siempre que reconozcamos el valor del otro, advirtiendo empáticamente lo que sienten los demás. Poniendo de moda esa razón cordial que nos habilita para la ternura, en las antípodas de los egoísmos que nos impide la felicidad a todos.