«Una vez la tierra era libre y se llamaba El Hombre, así fue hasta que llegaron los taimados, inventores del bien y del mal».
Nietzsche. Así habló Zaratustra.
Fue Platón el primero en advertirnos de la prisión en la que vivimos. La experiencia de una especie de reclusorio en el que habitamos muchas celdas. En cada una de ellas, despojados de manera distinta, pero constreñidos a vivir una vida llena de privaciones en una condena perpetua dictada por nuestra naturaleza.
A veces es por la ignorancia, según el mismo griego nos sugirió. Alojamos la caverna desconociendo lo básico: nuestro estado de cautividad. Asumiendo que nada determina nuestra vida. Creyéndonos dueños del destino. Fanáticos arrogantes que dictan, pontifican, juzgan y censuran a los que no advierten la luz, descubierta en la modesta cueva.
Otra mazmorra es la del lenguaje que nos limita a ver el mundo desde su estrechez. Porque, como decía la Biblia, «en el principio era el Verbo». Sí, las palabras nos preceden y reducen, conforman nuestra manera de ser. Construyen identidad, homologan, dictan. Frente a su gobierno no queda sino el esfuerzo por salir de ella en un acto de terrorismo deconstructivo con esperanzas emancipatorias.
Prisioneros también de nuestros instintos que nos oprimen. Tendencias a las gratificaciones sexuales, voluntad de muerte, de autodestrucción o aniquilación hacia los demás. La mayoría un poco enfermos, con necesidad de terapia para explorar posibilidades liberadoras en una condición acaso imposible de superar.
Ya se puede ver la condición de esclavos que nos somete. La tiranía cultural que nos impone patrones de conducta. La dominación de la religión con sus decálogos y lo que llaman algunos, «la moral de borregos». La arbitrariedad con la que se imponen los genes y nos configuran de una manera en la que casi nada podemos hacer.
Para terminar con las nuevas formas de control. La determinación de los algoritmos que nos predisponen a vivir experiencias distorsionadas. Una caverna en la que se engaña a través de la personalización de contenidos de las redes sociales. El lugar de la filtración de la información donde se prioriza en función de los comportamientos. El sitio privilegiado de la segmentación de la audiencia.
Jean Baudrillard en «Simulacros y simulación» dice que «La simulación no es la misma cosa que la realidad; es lo que oculta la realidad. Es lo que hace que el mundo sea irreconocible». El proyecto humano quizá tenga que ver con el imperativo de ser conscientes de nuestros límites y luchar hasta el último suspiro por despojarnos de las cadenas como expresión de sujetos con cierta dignidad.