Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

post author

Quizá haya dos formas de cambiar la sociedad.  La primera, a través de cambios abruptos acelerados por actores que encabezan movimientos que prometen resultados inmediatos.  La segunda, por medio de procesos que determinan el devenir con políticas a mediano y largo plazo.  De ello dependerá la salud de la ciudadanía con efectos seguros en ambos casos.

Cada elección se funda en la naturaleza de la ciudadanía en ese momento, pero también en los personajes históricos que sobresalen oportunamente.  La madurez de la comunidad política es fundamental porque su participación es importante para adoptar cualquier modelo de cambio en un contexto determinado.  Y ello derivará de factores entre los que destaca con toda certeza la educación.

Pero no me refiero a la educación como producto de la obtención de títulos académicos, esto no basta.  Pienso más bien en la formación del carácter que nace del esmero en la construcción del espíritu crítico, los valores y las humanidades. Sin esta cualidad, la escuela se convierte en proveedora de instrumentos, uso de herramientas y técnicas para trabajar con las manos (sin que niegue su ventaja en su nivel básico).

A menudo me parece que la elección por lo inmediato descansa en una urgencia que a posteriori nos hace daño como grupo.  Expresa, más que una elección sosegada y prudente, una decisión afectada por la sensibilidad.  Así, frente al dolor, incluso el miedo, optamos por atajos para arribar al estado soñado a cualquier precio, sin considerar consecuencias.  

Nosotros tenemos experiencia de ello porque la dinámica social de las décadas precedentes lo intentaron mediante la lucha armada, para poner un ejemplo.  Esa premura por la conquista de utopías solo provocó violencia y muerte, sufrimiento, que hasta hoy pagamos en un intento por lo nuevo.   Reconocerlo es saludable porque podría enseñarnos a tener paciencia siguiendo la lógica de quien espera frutos en tierra labrada. 

Note que no escribo de políticas de complacencia. Demorar y postergar desde una falsa esperanza.  Es inútil repetir que el irenismo nunca ha transformado el mundo.  Me refiero a la idea que establece que los cambios para que sean duraderos deben ser progresivos. La convicción de que hay que poner las bases, tirar la semilla, abonar y segar para obtener frutos maduros. 

Evidentemente que la medida entre la premura y mi opción por lo gradual no es fácil.  A veces hay que acelerar, otras hay que parar para asentar.  Todo ello exige una virtud de la que carecen los presurosos, quizá por incomprensión, impulso y arrebato, cuando no, por vicios morales.  No podemos evitar de todas formas la diversidad, en la sociedad cabemos todos.

Lo que sí debe privar es la inteligencia social para determinar nuestro destino.  Ser artífices de una cultura a la altura de lo humano. Me encanta insistir en esa especie de ternura entre todos que nos anime a sentir pasión por los otros, especialmente los más desfavorecidos de la sociedad. Empecemos hablar de esto para convertirlo en ese hábito aristotélico que desarrolle una segunda naturaleza entre nosotros.

Artículo anteriorCIEN: los seis departamentos más violentos en 2023
Artículo siguienteSesan: primeras acciones se concentrarán en combate a la desnutrición crónica