Eduardo Blandón

ejblandon@gmail.com

Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Con el tiempo nos volvemos inadecuados, quiero decir, lejos de concordar como decían los profesores de latín: en género, número y caso. O sea, nos desgastamos, perdemos el foco y nuestra vista se cansa. Peor aún, la miopía se vuelve nuestra condición permanente. No es otra razón por la que desconocemos la realidad y los que nos frecuentan nos juzgan como menonitas sin que necesariamente afirmemos ninguna religión.

Así el mundo deviene inhóspito. Ya no es nuestro hogar porque somos efectivamente extranjeros. Huéspedes en estado de desarraigo. Emocionalmente desafectados dada la imposibilidad de coincidir con los demás. Esos que criticamos, extraños, incomprensibles, de lenguaje rudo, poco sofisticado y hasta rudimentarios. Demasiado para nuestros cánones quizá artificiales, pirotécnicos o barrocos.

Y nada nos salva, ni la lectura ni el cine. Antes bastaba leer para «aggiornarsi», hoy es insuficiente, ridículamente utópico. En Estados Unidos, por ejemplo, se publicaron en 2022 más de cuatro millones de libros nuevos. Y según Unesco, las publicaciones científicas aumentaron en 2019 un 21 % más que en 2015. Hoy las cifras deben ser más altas. Y sí, vivimos en la sociedad del conocimiento, pero también en la era «fake».

Todo redunda, por si algo faltaba, en una desorientación nunca vista en la humanidad. Somos auténticos animalitos de la creación, incapacitados para la memoria, estériles para la producción de ideas, muy poco originales y bastante manipulables. Eso sí, demasiado ególatras y narcisos, siempre dispuestos a pasarla bien porque lo nuestro es el instinto de bestias copuladoras.

Por fortuna en eso sí coincidimos, facilitando la comunicación en materia de obtusos: el deporte, por ejemplo. Ahora sí compartimos identidad, lo irracional, la hipersensibilidad y, cómo no, el mal gusto. Porque reconozcamos que si algo produce la contemporaneidad es la ausencia de estética expresada en paladares nunca cultivados dado nuestro prurito por lo soso y lo vulgar.

Por esto, como le decía al inicio, somos sujetos inadecuados. Y no solo por la incomprensibilidad que nos agobia frente a las cosas, sino incluso por el desconocimiento de nosotros mismos. La paradoja entre lo que somos y lo que deberíamos ser. Esa escisión que afectándonos hiere también a los demás. Es un drama irresuelto, pero que hay que afrontar.

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