Uno de los grandes problemas de los que quieren aferrarse al poder en las circunstancias actuales deriva de la falta de confianza de la ciudadanía hacia ellos. El intento de subvertir el orden fundado en la idea de fraude electoral no solo no tiene asidero, sino que muestra el interés de los malvados en la perpetuación en los organismos del Estado.
Pero no solo eso, ojalá lo fuera. El deseo perverso de sus motivaciones es la protección de sus actos criminales. Los actores temen ser descubiertos y que como efecto de ello se les persiga penalmente. Así, hay una conjunción de voluntades, la avidez de poder y lo que conlleva, la corrupción en primer lugar, pero también el ánimo de impunidad para no verse acusados y expuestos a la vergüenza pública.
Todo ello lo ocultan malamente, lo disimulan, a través de la narrativa de inculpar al partido ganador con acusaciones fingidas y mendaces. Quiero decir, el uso del sistema para la manipulación y la criminalización con propósitos absolutamente viciados. Eso lo saben no solo quienes votaron a favor del ganador, sino también los que ejercen el buen juicio dada las pruebas malevolentes de los corruptos que impugnan.
Favorecer a los que trasgreden la ley con argumentos falaces, la independencia de poderes, por ejemplo, solo es comprensible en determinadas condiciones. La primera, la menos grave, por razones de candidez, esto es, la de aquellos sorprendidos por la manipulación de los discursos proferidos por los tramposos. La segunda, por una especie de ceguera ideológica que refuta lo evidente por acomodamiento de clase, pereza intelectual o ánimo enfermizo de conservadurismo. Por último, la más infame, a causa de una degeneración moral que les mueve a operar desde objetivos que contravienen el interés público.
Fuera de miopías, es más que clara la pérdida de crédito de los tristes personajes de la vida pública guatemalteca: Rafael Curruchiche, Fredy Orellana y María Consuelo Porras. Es más, ni el Arzobispo, Gonzalo de Villa, logró tragarse las poses religiosas de catolicidad de la fiscal. Todo lo contrario, la emboscada sufrida, corroboró con creces que en el corazón de Porras no hay visos de bondad ni benevolencia en favor de los más desfavorecidos del país.
Vale la pena recordar las palabras del jerarca en esa ocasión.
Les dijo a Porras y al resto de empleados que el punto fundamental es que ellos como Ministerio Público sí tienen que atender los temas de carácter legal, pero que muchas veces «se pueden ir por las tildes de la ley y las tildes no necesariamente son las que hacen justicia». Y concluyó, «les puse, incluso, un ejemplo que a algunos ciertamente les molestó, de que podían actuar como aquellas antiguas mulas que les ponían orejeras para que no vieran a los lados y que entonces solo ven lo que les interesa o lo que les parece, pero dejan de lado otras muchas dimensiones».
Son mulas con orejeras, no se deje sorprender.