Protestar es una manera de participar como sujetos activos en la comunidad política en que vivimos. No representa plegarse necesariamente a los que son de la oposición, sino expresar la inconformidad respecto a la gestión que se juzga inmoral o en el mejor de los casos, ineficiente.
Afirmar en las calles o donde se pueda, mejor si es desde el compromiso positivo en las plazas para hacerse notar, es una forma de no ser cómplices del descalabro de una nación, significa decirles a los operadores políticos que conocemos lo que hacen y que no nos gusta. Gritar es exigir un cambio al quehacer que consideramos erróneo y hasta corrupto como es nuestro caso.
Todo esto contrasta con la modorra ciudadana de los que callan por actitudes variadas, pero sobre todo perniciosas. La idea de que nos falta tiempo para participar y que solo cuando llegue el momento se podrá contar con ellos. La racionalización mendaz de quienes abrazando la derrota juzgan inútil la beligerancia.
Es el caso de los pasivos que disfrazan su inamovilidad a través de, por ejemplo, narrativas “pacíficas” o irenistas. La de los que fundados en falsos franciscanismos se resignan a soportar la injusticia cometidos contra ellos. Como si su dios les mandara callar con una vocación, según ellos, martirial. Nada es tan alienante que esa actitud descomprometida.
Hay casos acomodaticios por razones de temor. La situación de los apabullados que prefieren meter la cabeza en la tierra. Puede que algunos rehúyan también por causas hedonísticas, «¿para qué meterse en problemas? Mejor disfrutar la vida». Este argumento puede darse entre los ciudadanos de clase media que, dicho sea de paso, se sienten más listos que los que abrazan la vida política. «Deberían estar haciendo dinero», dicen desde la ficción de dueños del capital que defienden.
En fin, manifestar es tema de dignidad. Consiste en «dar gloria a Dios», si se es religioso, a través del raciocinio dado por ese mismo espíritu. Es ser corresponsable con las realidades terrenas y empáticos con los que sufren. Poco sirve esperar los cambios y, aferrarse a milagros. No debe dejarse a Guatemala a su suerte.
Tenga valor y proteste. Exprese lo que siente. Ya verá la satisfacción. Y no solo eso, sus acciones tendrán efectos buenos para Guatemala, para usted, sus hijos y sus nietos.