«La inocencia es una ilusión que se pierde al entrar en la sociedad».
Jean-Jacques Rousseau
La candidez es típica de los años de inmadurez, no en sentido peyorativo, sino como estado infantil en el que la malicia apenas existe. Quizá por ello tenga sentido aquello de Jesús: «Les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos». Sin ser exegeta creo que se refiere a mantener una especie de pureza de mirada capaz de abrirnos a las verdades que trascienden lo sensible.
Con los años, sin embargo, se nos van cayendo las escamas de los ojos y, como Hume, despertamos del sueño dogmático. Este tránsito progresivo cambia nuestro carácter. Así, la ingenuidad abre paso a la suspicacia y la inocencia al escepticismo. Con ello, el niño ha sido superado al descubrirse desnudo y avergonzado frente a los demás.
Por otro lado, el fake está de moda. Las redes inflan la realidad, la ocultan y la disimulan. Twitter (ahora X), fuente noticiosa de muchos, es el lugar preferido de los políticos, los netcenters y los que esparcen una visión retorcida del mundo. Lo mismo es extensivo a Instagram, Facebook y TikTok. Es el mundo de sombras al que se refería Platón ya en el siglo V antes de Cristo.
Es la mentira que priva también en los bancos y en los productos ofrecidos en el mercado. Las vidas falseadas, espurias, de quienes no cumplimos las promesas y actuamos como si la vida fuera un teatro, la actuación de protagonistas de baja estofa, cuando no de artistas profesionales en el timo.
Tanta bruma hace que tenga sentido no ser incautos. Afirmar las virtudes del escepticismo moderado (metódico), como lo sugería Descartes a su manera en el siglo XVI. Protegerse contra quienes disfrazan la realidad, ahora también a través de los algoritmos generados por la IA (la Inteligencia Artificial).
¿Esto riñe con la invitación de los místicos a la infancia espiritual? Creería que no siempre que distingamos. Cultivar una especie de pureza que nos permita la apertura hacia los demás, la empatía y la benevolencia será, me parece, positivo. El espacio para lo trascendente de quienes apuestan por la fe (aunque sea a la manera de Pascal) también creo que es deseable. Sin embargo, superar la simplicidad asintiendo a todo ya no inocentemente, sino con imprudencia, es un imperativo inexcusable.
En suma, mansos como palomas y astutos como serpientes. Hay que recordarlo, más aún en esta hora que nos toca vivir, llena de perversos, timadores y últimamente alacranes dispuestos a la ponzoña que hiere y mata. Recordemos a Kant: “La inocencia es una condición pasajera que cede ante el deber moral y la responsabilidad”. Pongámonos en guardia.