Eduardo Blandón
Si algo caracterizan estas fechas decembrinas son los sentimientos que se acumulan por efecto natural del ambiente. Casi nada puede evitarlo. Lo sé por experiencia cuando por años he evitado involucrarme en ese ecosistema lacrimógeno que suele llenarlo todo: la música, el cine, la publicidad, los supermercados.
Resignado por inútil a escaparme de ello, haré un mini recuento de lo acontecido y que ha embargado mis emociones a la altura de una edad en la que uno se quiebra a veces con tan solo respirar. Primero me referiré a la pérdida de “La Nena”, la perrita salchicha que acompañó a todos en casa durante 12 años. Juro que aún me afecta recordarla y no asimilo la ausencia de las carantoñas con que me expresaba su amor.
Recibí la noticia de su muerte en San José, Costa Rica, durante un periplo que aproveché para saludar a mis amigos históricos, Rodolfo Carballo, Alex Quesada y Freddy Solís. Aunque lucimos diferentes, con las imperfecciones (y virtudes) propias del tiempo, permanece el cariño todavía sólido fundado en la época de adolescentes.
Quedó pendiente el encuentro con Adolfo Herrera que vive refundido en una provincia perdida de Costa Rica, pero nos comunicamos haciendo promesas de visitas mutuas. Veremos si al finquero le queda tiempo o más bien si nos es posible ese don, según las circunstancias no siempre favorables que nos ofrece la vida.
En otro tema, ha sido un ciclo duro en materia de enfermedades y accidentes. Ha sido inevitable. A la pandemia que nos acosa se añade la edad que cumple infalible sus estragos. Sin embargo, esa misma vulnerabilidad nos ha enseñado a estar cerca de quienes amamos para acompañarlos en la fragilidad. Decir que todo ha sido fatal, quizá sea ingratitud en un país en el que abunda la carencia de oportunidades.
Ha sido un período también lleno de tensiones personales, estrés, ansiedad e incertidumbres. Esto se ha manifestado, entre otras cosas, en la falta de constancia en el cumplimiento de proyectos. Así queda mucho en el tintero, lecturas, películas, viajes y afectos. Sí, el amor suele ser a menudo materia pendiente.
Si algo me afectó al recibir la noticia de la muerte de mi mascota fue precisamente la conciencia de que quizá no le di el cariño suficiente cuando me compartía su alegría. Es mezquino guardarse. Eso me ha enseñado a mantener la voluntad en los afectos, no como obligación, sino como sentido de apertura generosa que evita la privación.
Es valioso amar. También ser amado, pero esa no es nuestra responsabilidad (bueno, un poco). Esto encumbra aquello atribuido al místico español que afirmaba que “en el atardecer de la vida, seremos juzgados en el amor”. Y, como ve, yo estoy en esa edad vespertina. Le deseo un feliz año y mis deseos de bienestar para usted y su familia. Hasta pronto.