Eduardo Blandón
Que el gobierno que dirige el presidente Alejandro Giammattei es corrupto no hay ninguna duda. Los hechos están a la vista y son reportados cotidianamente por los medios de información dignos que aún quedan en el país. Son tan evidentes los asaltos que la habilidad de topos para el ejercicio periodístico es innecesaria, pues los cuatreros carecen de formas y su estilo es el desparpajo.
Ese descuido se anida tanto en la formación deficiente de sus protagonistas como en la certeza de impunidad. Han estructurado tan perfectamente el sistema que saben que los escenarios futuros solo pueden ser de suerte. Imaginarios adversos, tribunales, juicios y cárcel, son de momento imposibles.
Por esa razón es que acomodan el presupuesto del Estado, según sus caprichos. Los responsables no hacen sino repartir los rubros para pago de favores y proyectos viciados. Sin olvidar que el nuevo ingrediente para este año es la preparación para los comicios. Garantizar la continuidad es fundamental para consolidar las ganancias fáciles y el lucro familiar.
Esa meta continuista pasa por lo ideológico. Repetir, por ejemplo, que Guatemala se encuentra en las antípodas de Venezuela, El Salvador y Nicaragua. Que lo nuestro es la libertad, la democracia y la autodeterminación. Insistir que lo de la corrupción es solo un discurso y que la falta de pruebas constituye la prueba reina de lo impoluto de los acusados por la prensa.
Mientras eso sucede, se persigue a los jueces, se criminaliza a la prensa y se denigra a la oposición a través de centros de llamadas o call centers. La idea es imponer un discurso que permita con esa narrativa la permanencia de la delincuencia en todos los niveles. Y de paso castigar asomos de resistencia, mostrar ejemplarmente la intolerancia del sistema en su afán inmovilista.
Los criminales se aprovechan de nuestra incapacidad para el diálogo. De esa división mantenida entre las fuerzas conservadoras y progresistas (o los que asoman cierta disidencia discursiva). Es ese el propósito del gobierno corrupto de insistir en las ideas provida para atizar el avispero y provocar la división. Manipular mostrándose ovejas del redil cristiano y proponiéndose como los apologetas de la ortodoxia y las buenas costumbres.
Reiteremos lo inicial: no olvidemos que son corruptos. Y sí, lo es el Ejecutivo, pero también las Cortes y el Congreso de la República. En general están constituidos en mafias que operan a la vez (por insólito que sea) apoyados por la intelectualidad orgánica que vive de esa estructura injusta. La complicidad bien vale la pena recordarla porque el mantenimiento requiere concursos que justifiquen esa maquinaria que los guatemaltecos por ahora sufrimos.