Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Ríos de tinta han corrido para tratar de establecer los motivos que han animado al tenista Novak Djokovic en su decisión de no vacunarse y aun así continuar con su carrera profesional.  El último desaguisado en Melbourne ha sido trascendental, no solo para el futuro del serbio, sino para medir la convicción global de los Estados, representado por Australia, en la tolerancia frente a los antivacunas.

Esta mañana, por ejemplo, me he encontrado con la editorial de El País que refiere la irresponsabilidad arrastrada por el deportista desde que apareció el virus. Todo ello dibuja a un sujeto, da a entender el texto, confundido por los bulos de las redes y en franca actitud rebelde contra las advertencias de los científicos del mundo. Se trata de un joven millonario, caprichoso, que no entiende la trascendencia de su conducta, leí en otra columna.

Quizá esto último sea el pecadillo de la estrella, ignorar su condición de figura pública mundial. El gobierno de Australia lo ha captado de inmediato y ha impedido inteligentemente que el hiper laureado tenista, 9 veces campeón en Melbourne y con 21 victorias en torneos grandes, se saliera con la suya.  Lo contrario habría sido ejemplar para que otros personajes públicos siguieran su ejemplo.

El debate está servido. Los antivacunas insisten en el primado del derecho a la libre elección, el rechazo a la imposición del Estado y la suspicacia del negocio de las farmacéuticas y el contenido de la inyección. Hay un totalitarismo, según ellos, que se impone contra al que hay que oponerse. Djokovic creo que nunca lo ha formulado, pero su comportamiento ha sido utilizado por esos grupos.

Mientras el jovenzuelo de 34 años convulsiona a la opinión pública y da materia a los medios, su infortunio puede trascender Australia.  Los franceses ya han advertido que impedirán su entrada para el Roland Garros y los gobiernos de Estados Unidos y Montecarlo probablemente hagan lo mismo para sus torneos, el US Open y el Rolex Monte-Carlo Masters.  Sin olvidar el riesgo del castigo por sus patrocinadores, Hublot, Lacoste, Asics Head, Lemero, NetJets, Peugeot y Raiffeisen Bank, entre otros.

La pregunta que muchos se hacen es si resistirá la autoinfligida tempestad.  Ya hay apuestas, los que lo conocen hablan de la dificultad de su conducta, su obstinación e inmadurez que le impedirán dar marcha atrás.  Otros abrigan la esperanza de que no eche a perder su carrera y alcance el sitial de los dioses en el deporte mundial.  La prensa está pendiente de sus pasos.

Puede que sea el momento de que el deportista se ponga a jugar. Aún es tiempo de apagar la chispa que amenaza el fuego abrazador con las consecuencias indeseadas. Personalmente quiero muchos más ríos de tinta que hablen de Djokovic, pero centrados en la espectacularidad del tenista, en sus victorias y ahora quizá en su capacidad de rectificar los propios errores.

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