Eduardo Blandón
Giammattei y sus secuaces quisieran el silencio de los ciudadanos, el conformismo irresponsable que les permita continuar con la impunidad. No están solos, lo acuerpan el sector empresarial y varias de las principales instancias del Estado, comprometidos, cerrando filas, para participar del expolio a gran escala. Son guatemaltecos que dicen amar a su país, disfrazados de hermanas de la caridad.
Los delincuentes, no son otra cosa, confiados en que manejan el cotarro, acosan cada vez más a los disidentes, a la prensa, a sus críticos y a los que se atrevan a cuestionarlos. Se imponen con los mecanismos a su alcance, para propagar el terror y generar el miedo. Intuyen que la población prefiere la rutina que les asegure la vida, al rechazo envalentonado contra los poderosos.
Para su suerte, la clase media dormita apoltronada, satisfecha con los mínimos que aportan a casa. Sin miras, ambiciones ni proyectos que no sean seguir las series de Netflix y compartir memes en los grupos de WhatsApp. La formación académica, seguramente muy técnica y mediada por la cultura del consumo, no les alcanzó sino para el trabajo de un tipo de obrero descalificado para el pensamiento crítico.
Escasos de testosterona, sin ideas, anémicos y con espíritu derrotado, les es fácil hasta a los políticos más torombolos salirse con la suya, piense por ejemplo en María Consuelo Porras y Allan Rodríguez. No necesitan ser genios porque figuran en tierras baldías, con nula oposición militante. Por ello les revientan los gritos de protesta y la denuncia de los valientes, los que son verticales.
Es el odio que les trajo Juan Francisco Sandoval y que detestan de José Rubén Zamora y la prensa vigilante. En el universo de los delincuentes, y vaya que se cuentan muchos entre los políticos, la lógica es la extractiva, la ventaja y el saqueo a mansalva. Otra narrativa solo cabe si les favorece la expropiación indebida. Como cuando disimulando discursos se asocian con lelos (como el muy insigne ex Nuncio Apostólico, Nicolás Thévenin, de infeliz memoria).
Las mafias están inspiradas. Van con todo. Inician con elPeriódico, José Rubén Zamora, la prensa independiente, los políticos de oposición y lo que se les ponga enfrente. Sin líderes, atomizados y pazguatos, parece que estamos destinados a rompernos la madre. Al menos es el horizonte que se atisba y evitamos conocer. No hay salida, aunque insistan los optimistas con su baratija discursiva.