Eduardo Blandón
Si es cierto que todos nos contamos una historia, confeccionada según nuestras necesidades para darle sentido a la vida, para justificarnos y ser indulgentes con nosotros mismos, me imagino la ficción creada por los políticos, empresarios y los del hampa en general. Cervantes, Dante y Shakespeare, los tres más grandes clásicos de la historia son chicos de pecho frente a los que se auto timan.
Porque debe ser una tarea colosal rescatarse del mierdero en el que viven. Ya sabe, robando, mintiendo, privando de oportunidades a la sociedad y algunos hasta matando (literal y figuradamente). Solo eso puede darles la audacia de llegar a sus hogares y besar a sus hijos, sentir que aman y hasta experimentar algún anhelo religioso.
No se comen las uñas porque son diferentes a usted, son “anormales”. Pertenecen a un grupo cuya callosidad es soberbia, ni el discurso moral es para ellos ni la sensibilidad por los demás les quita el sueño. Son una especie de fenómeno, abortos de una naturaleza que eventualmente gesta el espanto. Así, con esas limitaciones profundas, no pueden sino ponerse máscaras porque en el fondo (sí, muy en el interior de sí mismos) sienten vergüenza.
La careta es para disimular su fealdad. Su narrativa mendaz, como le decía, cumple ese propósito: pasar inadvertidos. Mostrar una valía inexistente frente a los otros y a sí mismos. Sin embargo, no es la pasión por la sociedad la que les mueve, sino el egoísmo, la avaricia y el prurito congénito a contaminarlo todo.
En esto son maestros, genios y virtuosos. No hay ninguna idea ausente de contenido fecal. Es como en el sistema financiero, no hay un solo proyecto privado de ganancias desproporcionadas para ver hundidos a los cuentahabientes. Eso que llaman “servicios bancarios”, por ejemplo, es un eufemismo gastado con propósitos de expolio. A los gerentes y altos directivos, les vale madre sus clientes.
Y así en general el argumento es extensible a los políticos. No faltará, sin embargo, quién me diga que generalizo, que la caca no alcanza a algunos. Quizá, pero el número es nimio y fantasmal. La casi totalidad son espíritus retorcidos (basta pensar en las autoridades del ejecutivo, el legislativo y en la que rige el Ministerio Público, para probar la patología referida).
Esa miseria es insoportable e inasumible. De ahí el argumento del texto: la degeneración tiene que encubrirse. Se realiza mediante un timo narrativo, sin duda de baja catadura literaria, en el que se inventan razones para explicar la maldad y evitar la culpa. Algo así como, “robo, pero no soy el único”, “tengo que demostrar que soy más listo que los demás”, “mis hijos sabrán aprovechar el sacrificio”, “por algo Dios me puso en este lugar”, “tarde o temprano ‘la historia me absolverá’”, “comparto mis ganancias con la iglesia”, “Dios sabe que no soy tan malo” …
En realidad son también subnormales, creen que su mala literatura persuadirá al dios de su imaginación. Y vaya que también van por Él, en su fuero interno aspiran a su manipulación. El buen Dios debe ser un tarado para dejarse timar con ese ingenio sin sutileza y, sobre todo, demasiado mundano.