Napoleón Barrientos

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Guatemalteco, originario de Alta Verapaz, forjado bajo los principios de disciplina, objetividad y amor a la patria; defensor del estado de derecho, de los principios de la democracia, con experiencia en administración pública, seguridad y liderazgo de unidades interinstitucionales.

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David Barrientos

Estamos frente a un dilema civilizatorio con significativas consecuencias geopolíticas para América Latina, que se encuentra en peligro de atravesar una década sumida en una grave crisis sanitaria, conflictos sociales, delincuencia y crimen, ausencia de gobernabilidad, inestabilidad económica, entre otros; que expone una serie de aspectos que rodean no solo a la región sino al globo, pero con particulares consecuencias en los latinos.

Los guatemaltecos están cansados de la distancia de la población, a la que se han colocado los grupos electoreros en los últimos años, mal llamada “época democrática”, donde hemos visto un desfile de personajes asaltar el poder político, en el ejecutivo, legislativo y judicial; la desesperanza está llegando a su máxima expresión potencializada por la pandemia COVID-19. Pero lo más triste es que no existe aún un proyecto político, que se identifique con la compleja Guatemala, dejemos la del pasado, la del futuro. Si el destino del país está en manos de los grupos electoreros conocidos y hoy representados en el escenario político, estamos fritos: unos sin ninguna solvencia político administrativa; otros en un extremo ideológico que ya solo cabe en su diminuto mundo; otros como empleados para conservar el estado de las cosas; no faltan quienes solo se cubren con el manto de impunidad que permite el aparato estatal al más alto nivel y un buen numero que en realidad no saben que hacen en alguna posición de poder, con desventura esa es la clase que ha hecho jaripeo en la arena política.

Si los guatemaltecos no buscamos una alternativa nueva, diferente, incluyente y comprometida, este país ya no es una opción para quien tenga en sus manos decidir, vivir, invertir, visitar, negociar, socializar en esta tierra del quetzal, con los efectos que ello implica para la calidad de vida de los habitantes en general; solo va quedando oportunidad para quienes exprimirán lo que puedan de este país, y quienes desde lo ilícito y lo corrupto ven oportunidades. Los tambores electorales empiezan a sonar muy temprano, las figuras de siempre empiezan a surgir, algunos desde las cenizas.

El infortunio se hace mas grande, cuando la juventud se muestra muy poco interesada en los asuntos de Estado, sin duda los viejos políticos nunca prepararon cuadros que los sucedieran, las universidades no contribuyen a crear conciencia; en los hogares ya no se habla del bien común y hay una ausencia de autoridad; valores sociales y culturales; lo peor, no son parte de la agenda en la educación. Los escenarios de degradación en lo político, moral y espiritual son una realidad; la forma de encontrar soluciones a los problemas comunes no se alienta, ni siquiera desde los organismos planetarios que han sido capturados por la inmoralidad y los rescoldos de lo ideológico. La gestión pública se desprende de la incertidumbre que promueve la autoridad electoral. Sin duda es urgente repensar que en la República de Guatemala; es urgente contar con una nueva Ley electoral y de partidos políticos, que se traduzca en un verdadero instrumento para la compleja sociedad, propiciando una participación ciudadana lo más amplia posible.

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