Es un hecho que nadie deja la seguridad de su casa y su país, por necio o aventurero, para emprender un viaje que le puede costar la vida: es el hambre, la falta de oportunidades, la ausencia de Estado lo que hace a las personas migrar.
Toda vez no cambien las condiciones materiales de vida de la población, la migración seguirá.
Lo que para un país representa prácticamente un “problema” de seguridad nacional, para Guatemala es parte de la “normalidad” con que la gente asume su sobrevivencia. Aquí el punto es que, lo que para unos se resuelve con más policía, retenes, etc., para otros es cuestión de invertir unos lenes y de recibir ayuda externa. La situación es mucho más compleja de lo que parece a primera vista.
Si Guatemala sumara la cantidad de personas que semanalmente salen del país en busca del “sueño americano”, las cifras serían mucho más dramáticas que los de las caravanas hondureñas. Migrar se convirtió en una solución alcanzable para la población, se invierte y planifica en ello, se asumen los riesgos. Las historias de amistades, familiares lejanos y cercanos respecto a “irse de mojado”, son muchas, y son muchas también las que del drama pasan a la tragedia, y con todo y ello, se considera como alternativa. Imaginan ustedes el nivel de desesperación que hay que tener para llevar a cabo tal empresa. El nivel de desapego de los gobiernos y el Estado para dejar que esto suceda generación tras generación es ignominioso. El abandono de la población por parte de la política se evidencia en la migración. Si desde lo local hasta lo nacional la prioridad fuesen esos que votan cada cuatro años, la migración se reduciría drásticamente. Si el Estado dejase de ser botín y la impunidad un privilegio de los poderosos, la migración no sería la primera alternativa.
Las imágenes que han conmovido a la población guatemalteca, especialmente la citadina, de familias enteras yendo únicamente con lo que tienen puesto en búsqueda de un falso sueño, aquí suceden diariamente.
El llamado a no ir podría tener mayor efecto si se cambia el referente y se le habla al gobierno, al Estado guatemalteco, y se le dice, “no se olvide de su población, de su vida y necesidades, de su dignidad”. “No les haga dejarlo todo”. “No les haga venir”.
Guatemala está a punto de cumplir doscientos años como república, y desde que se fundó, la gente huye de sus gobernantes y de lo que desatan en sus comunidades, en sus casas, y dependiendo del momento, incluso son apoyados por los creadores de la dicotomía Este – Oeste. Hay que cribar la historia para encontrar las causalidades y no condenar la migración de manera fácil.
Se ha normalizado tanto lo de “irse para el norte” que pareciera que es la salida que el sistema le deja a los que acorrala el hambre, el miedo y la desesperación. Si las condiciones materiales de vida no cambian, los olvidados no harán caso al “no vengan”.