Claudia Virginia Samayoa

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Claudia Virginia Samayoa
Cartas de una Lechuza
@tucurclaux

En la vorágine de hechos noticiosos de impacto nacional, la violencia homicida y femicida que aumenta, la frustración que produce el hecho que la pobreza y la desnutrición incremente mientras el Ministro de Economía se jacta que tenemos los mejores números en crecimiento y salud económica en la región, y el aumento de la persecución de personas defensoras de derechos humanos pueden pasar desapercibidos los sufrimientos de los invisibles.

Corría el 2016, desde hacía unos cuatro años en el edificio de enfrente de nuestras oficinas en la zona 1 dormía un indigente. ¿Su edad? Impredecible ya que la vida en calle y el abuso de alcohol claramente habían hecho mella en su cuerpo. Sabíamos que le pasaba información a los servicios de inteligencia; pero aun así constantemente miembros del equipo le compartían comida y agua. Un día amaneció muerto.

No murió de frío, alguien lo había matado.

Rápidamente, se revisaron las cámaras de seguridad y observamos cómo un hombre joven se le acercaba y lo dominaba; le golpeaba con algo dejando inerte al hombre y luego le violaba. Si, me ha leído bien. El hombre penetraba al indigente en el marco de la violencia ejercida contra este. Inmediatamente informamos al fiscal a cargo de la investigación y este pidió copia de nuestra grabación. Preguntamos si había alguna posibilidad de ir contra el perpetrador. La respuesta fue desconcertante: usualmente en estos casos donde no sabemos la identidad del muerto, no hay familia que pida y no se sabe quién lo hizo no vale la pena investigar.

A mí que la injusticia me indigna y me mueve como un resorte, inmediatamente divulgué lo que había ocurrido con otros colegas de derechos humanos y después me calmé. Unas semanas después, a la vuelta de la oficina, otro indigente apareció muerto con signos de violencia sexual. Rápidamente, nos dirigimos a la escena del crimen para informarle al nuevo fiscal lo que había ocurrido a menos de dos cuadras. De nuevo nos agradecieron y ya. Entonces, una policía nos comentó que había habido un caso similar por Candelaria y otro en dirección de la Recolección. Bajando la voz indicó que a todos los había violado después de muertos.

Recuerdo que me dirigí a mi computadora y escribí un memorial a la Fiscal General solicitándole que le pusieran atención al patrón de violencia y que se conexaran los casos para investigar lo que parecía ser un asesino y violador en serie. Le decía que como persona no podía pensar que estas personas que vivieron en la calle murieran de esa forma, sus cuerpos desecrados post mortem, y no hubiera justicia.

Nunca tuve respuesta.

El día 12 de agosto de este año, en la esquina inferior izquierda de la página 5 de Prensa Libre apareció una nota indicando que Moisés Gutiérrez Guevara fue condenado a 141 años por matar y abusar a tres personas y haber intentado hacerlo en contra de una cuarta víctima. Entre las pruebas videos de las agresiones. Las víctimas todas personas sin hogar y violadas post mortem.

De vez en cuando nos debemos detener y preguntarnos, ¿qué hago yo por los invisibles? Especialmente por aquellos cuya tragedia se toma como normal. Bien por el Sistema de Justicia por cumplir con estos cuatro invisibles. Felicito al reportero y editor que compartieron la noticia, aunque sea en esa pequeña esquina.

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