Claudia Virginia Samayoa
@tucurclaux
Nunca olvido la afirmación, de los más variopintos políticos, que igualaba al COVID a una ‘gripona’ y que conminaba a las personas a no tenerle miedo. Sin embargo, la enfermedad es muy diferente a la de una gripe común, ni siquiera se parece a la influenza que azota en tiempo frío por estos lares. El COVID-19 ataca varios sistemas, no sólo el sistema respiratorio. Para muchos que les da leve, puede parecer una gripe; pero no deben atenerse porque varias semanas después pueden aparecer síntomas extraños que se explican como las secuelas del COVID.
Para quienes no tenemos tanta suerte, luego de salir de la fase aguda de la enfermedad -léase cuando aún somos contagiosas- las secuelas pueden durar meses y, en algunos casos documentados, más de un año. Para mí la fatiga, las palpitaciones, la arritmia y la dificultad de respirar me han agobiado por las 9 semanas después de pasar la fase contagiosa de la enfermedad. La alegría de salir negativa en el PCR, se convirtió en poco tiempo en decepción por el aparecimiento de síntomas más graves que los iniciales.
La soledad del aislamiento permanece al no poder retomar tus actividades normales. La soledad se convierte en silencio ante la obligatoriedad de trabajar de la mayoría de supervivientes de COVID padeciendo todas las secuelas sin poder atenderlas. Me han contado de personas que convierten su silencio en un enojo permanente al regresar a su hogar. Están aquellos que mueren de un infarto o una neumonía en la calle o en el trabajo, sin que se relacione al COVID su muerte. El silencio de las personas que sufrimos el COVID Largo o las ‘secuelas’ del COVID está acompañado de una ceguera de las instituciones a reconocer el fenómeno y su impacto en la salud pública y en la economía.
No hay médico que vea esta etapa del COVID, tampoco hay tratamiento; ni siquiera se sabe a ciencia cierta porqué nos da a algunos y qué lo provoca. La Dra. Karin Slowing escuchó mi preocupación ante el silencio y afortunadamente hemos visto publicados en medios nacionales algunos artículos sobre el tema reflejando tanto lo que los mismos pacientes han sistematizado como los resultados de los pocos y limitados estudios en Estados Unidos y Alemania.
Pero la dimensión del silencio no radica solo en el padecimiento en aislamiento de quienes sobrellevamos las ‘secuelas’ del COVID, en muchos casos sin atención médica, sino el mantenimiento de un discurso del poder que sigue dejando morir a cientos de ciudadanos sin generar las mínimas medidas de mitigación como lo son las pruebas gratuitas y accesibles sin limitación para todas las personas viviendo en el país independientemente del territorio en que estén.
Desde quienes vivimos el COVID Largo es inaceptable que el gobierno central demore más de 8 días en sancionar la ley de emergencia que facilitará la obtención de insumos para la atención hospitalaria que había sido la excusa para la generación de los Estados de Excepción. Los políticos guatemaltecos siguen tratando la pandemia como una ‘gripona’ y esta no lo es para los miles de guatemaltecos hospitalizados, las decenas de miles padeciendo desde sus casas el COVID agudo o el largo. ¿Será mucho pedirles un poco de seriedad y respeto a la vida y a la vida con calidad?